El poeta Carlos Suárez Veintimilla

Germánico Solis

Cómo se insufla el corazón al evocar el nombre y figura del querido sacerdote ibarreño Carlos Suárez Veintimilla. Las ansias de leer una vez más su poesía irrumpe el espíritu, mientras las manos buscan en el estante, como si fuera delicada golosina, los escritos que aquietan el brío. Y se divaga, ¿Qué habrá sido de la bicicleta con la que tantas veces ovilló las vivencias de una ciudad mestiza? ¿Dónde estarán los manifiestos inconclusos y sus memorias pastorales?

Carlos Suárez Veintimilla nace el 16 de julio de 1911, en una ciudad donde se podía contar sus manzanas, tutelar sus anchas calles, alardear de las casitas blancas hechas con tapiales y bareque. Ciudad que no imaginaba los fogonazos del tren, y menos presumir del ahora entrañable obelisco. Erraban por calles y parques polvorientos los indígenas con pies descalzos, y la bullanguería aldeana de los negros llegaba con olores de caña y panela. El paisaje imbabureño era compañero íntimo en los días luminosos e inseparable hermano en las noches estrelladas.

La revelación sacerdotal le llevó a Roma, doctorándose en Filosofía, Teología y Derecho Canónigo, preparándose así en la prédica y haciendo de sus afectos una abadía que sana las dolencias humanas que asoman como incurables llagas. La buena palabra y oración cura los pesares, alivia las caídas y exculpa los yerros. Una vez en su añorada Ibarra, cumple como profesor en algunos colegios católicos y junto a Monseñor Leonidas Proaño crea la Juventud Obrero Católica y la Liga de la Empleadas Católicas.

La cofradía con el barro imbabureño le lleva al padre Suárez Veintimilla a la poesía que desentraña lagos, ríos y montañas. Los campanarios, un niño o un perro, son tramas en apariencia simples que le permiten elaborar una lírica profunda, intensa y cristiana donde el amor ve excelsos a páramos y pájaros.

Y aunque su nombre esta inscrito en la Academia de la Lengua Ecuatoriana, su ciudad poco ha hecho para difundir su obra. Ahora que con algarabía ha empezado la construcción de la vía que circunvala la ciudad, sería oportuno nombrarla con la del poeta. Elaborar una ruta con su poesía y perennizarla por los caminos de Imbabura.