Restauración del paisaje

POR: Oswaldo Echeverría

La estética del paisaje es un bien inmaterial que incide en el estado de ánimo de las personas; sin que nos demos cuenta, implícitamente provoca condiciones de apego a ciertos lugares que, gracias a su belleza escenográfica, nos provoca satisfacción visitarlos.

Ecuador no es un país que se haya caracterizado por planificaciones urbanísticas adecuadamente diseñadas en armonía con el entorno; en muchos lugares, las construcciones y actividades de intervención humana han sido forzados por la presión demográfica antes que por un adecuado ordenamiento de los espacios. El ejemplo más destacado en nuestro país en cuanto a ejemplo estética urbanística, pese a ser ciudad, es Cuenca, que mantiene uniformidad en el escenario, destacado por el cuidado de la arquitectura de sus casas; en contraste, las ciudades de Guayaquil y Quito han tenido presiones por invasiones de terreno que ha forzado planificaciones urbanísticas sin considerar estética en los estudios técnicos; lo que ha dado como consecuencia la contaminación visual y degradación del entorno.

Los territorios que tienen interés de convertirse en destinos turísticos deben impulsar planificaciones de restauración y preservación del entorno, destacando los elementos más representativos naturales y culturales que le proporcionan identidad; este aspecto es lo más valorado por los habitantes y visitantes.

Como sus resultados se consiguen a largo plazo, las políticas que se impulsen para promoción y protección del paisaje en cada jurisdicción deben ser fuertes, que rebasen pretensiones de las administraciones de turno.

En observación a Imbabura, el área que requieren urgente atención sobre este aspecto es el entorno del lago San Pablo, que en las últimas décadas ha corrido una suerte de competencia de construcciones de edificios de ciudad en entornos rurales, sin consideraciones estéticas respecto al entorno; lo que ha provocado un impacto visual negativo que se percibe de manera inmediata al pasar por el lugar.