El fanatismo sigue presente

Fausto Jaramillo Y.

No soy sicólogo, lo admito; pero creo que debe existir alguna razón profundamente escondida en la siquis humana para la presencia, en muchas personas, al mismo tiempo, ciertos rasgos característicos del fanatismo.

En ciertos casos, es alguna religión la que identifica al fanático y lo mueve a ignorar otras ideas y otros ritos, y no solo ignorarlos sino a convertirlos en enemigos declarados y personales. Sus consecuencias la vemos constantemente en los ataques terroristas a inocentes.

En otros casos es la raza la que pilotea la vida del fanático, y ya sabemos, con ejemplos vividos a lo que pueden llegar. Sociedades divididas por el color de la piel son el ejemplo histórico de este mal que puede llegar a abominables prácticas como la creación de guetos o campos de concentración construidos para exterminar a los de “otra raza”.

Tal vez sea la clase social o económica la que sacude la vida de un fanático hasta sumirlo en el fango de la ceguera mental y en el desprecio hacia el que no pertenece a su círculo sin que exista, en su mente, la más mínima posibilidad de la presencia respetuosa de otro ser humano.

Pero, quizás, el más conocido y el más peligroso es el fanático político. Aquel que se adhiere a pies puntillas a una idea o a un líder. La vida y las circunstancias pueden mostrar que esa idea o ese líder están equivocados, son falsos, son mentirosos, son cueva de pillerías, fuentes de fracasos; no importa, el fanático seguirá creyendo en ellos, sin reticencias ni dudas.

En todos estos casos, el fanático tiene muchas cosas en común: la ausencia de razón, la incapacidad de mirar la realidad de otra forma que no sea la por él adoptada. Por la sinrazón, el fanático es propenso a la violencia verbal y física, pudiendo llegar a ejercer una violencia letal.

¿Será que el fanático es tal, por ausencia de un padre en su infancia? Ya que su adoración se asemeja mucho a la del carente de afecto. ¿Será que es incapaz de pensar por sí solo? ¿Será que el fanático necesita de quien guie su vida, porque él no es capaz de hacerlo? No lo sé, pero sería importante, para una convivencia social civilizada y armónica, que los sicólogos estudien las raíces de este fenómeno. Estoy seguro de que se encontrarán muchas sorpresas.