Vandalismo social

José Albuja Chaves

No me fue dable asistir al evento anunciado por la Municipalidad de Ibarra cuando se iniciaba públicamente un nuevo alumbrado de aquel sempiterno símbolo ibarreño como es nuestro parque Pedro Moncayo, así como sus arreglos complementarios. Pero estuve el sábado 13 a las seis y media de la tarde recorriendo sus interiores, y dispuesto a mirar la nueva imagen que se promocionó el día viernes en la noche.

Tuve tres frustraciones a seguidilla que me dejaron con un mal sabor en el alma. Apenas pisando las primeras baldosas de sus aceras cuando una señora de buena presencia, pues vestía botas finas de cuero, un jean de marca y brazaletes de bambalina, arremetió junto a dos perritos de no desmentido pedigrí, y muy oronda les indujo a colocar sus generosas heces fecales en el descolorido césped afectado de un verano prolongado; concluido lo cual dirigió hábilmente los arneses de sus mascotas hacia un flamante vehículo de alta gama y, cimbreando sus generosas caderas, desapareció como que si nada. Enseguida dirigí la mirada a una jardinera adjunta a una banca repintada para la ocasión cuando constaté que la noche y madrugada había sido generosa con ciertos malandrines que vaciaron un enjambre de cervezas y pinchos y maíz asado, cuyos restos descansaban públicamente junto a un millar de mosquitos que participaban también de un incómodo guayabo.

Finalmente, esperando que las luces Led se enciendan jamás se prendieron ese instante, que no sea un bello atardecer que se reflejaba en el rostro del patrono del Parque y se perdía entre el ramaje de los árboles circundantes, configurando un paisaje de néctar y ambrosía. Y la frustración fue completa porque a aquellas horas no había un solo cristiano cruzando nuestro parque, tal y cual como que formaba parte de una ciudad fantasma.

Sobre las dos primeras frustraciones tuve que reflexionar que la juventud así como sus habitantes de “marca” son parte ya de un vandalismo social que carcome las raíces de nuestra identidad, de sus valores y de su estructura familiar. Posiblemente los hogares disfuncionales obran de acicate, así como las influencias de posturas generacionales que han perdido todo rubor y recato ante nuestra historia y la querencia al terruño.

Finalmente, el ibarreño se alejó de “su” parque porque tiene otras prioridades para distraerse, en donde predominan la estridencia y el jolgorio.

El rescate del Centro Histórico no solamente es de edificios sino fundamentalmente de valores, y aquello es ¡cosa seria!