Hacia Posorja

Durante el correísmo, los cobros injustificados, sobornos y receptación de diezmos funcionaron como un código de fortalecimiento del partido único y veneración al líder supremo. La causa de la ‘revolución ciudadana’ se instauró como un signo distintivo de grandeza colectiva reafirmada en las urnas, mucha propaganda, y un lenguaje absorbente mezquino.

El desprecio a periodistas, opositores, banqueros y operadores de justicia fue un justificativo para expandir odio, dividir grupos y subordinar cualquier acción bajo los designios del caudillo. Incluso direccionar la justicia y las leyes.

La venta de armas, el narcotráfico transfronterizo, el secuestro y persecución de opositores, cierre de medios de comunicación, obras faraónicas con sobreprecio y encarcelamiento a rivales se multiplicó en sigilo. De ahí que, el último ajusticiamiento por mano propia en Posorja sea una nítida expresión de la omnímoda voluntad del pueblo resentido: una muchedumbre que asesina a presuntos delincuentes ante un rumor callejero.

Efecto inadmisible trazado por emociones de un populismo aldeano que tiene que explicarse a tiempo para que no se repita. Síntoma del rezago correísta e intento de reencuentro con un pasado moral distante y amorfo. Un rechazo y hartazgo a la impunidad vigente en momentos de confusión, incertidumbre y cambio.

En Posorja la gente dijo basta a lo corrupto, inadecuado y falso porque el odio fue una práctica cotidiana durante una década y puede esto desatar lo que sea. Una sociedad sin jueces e instituciones fue atada a la tal ‘revolución ciudadana’. Una justicia invisible fue lanzada ante políticos, jueces, magistrados y fiscales. Son millones de jóvenes los que no estudian ni trabajan.

El desempleo se expande junto a la permisividad de movilizaciones humanas contraídas y los enfermos de ira solo transmiten la crisis de salud pública e inseguridad ciudadana. Así, los programas, presupuesto y planes de justicia enfocan, más que nunca, los símbolos del anti-correísmo: caso Balda, los asambleístas diezmados, la resistencia de no devolver lo robado desde la cárcel 4, el allanamiento a bases militares y hasta los paseos del gato de Julian Assange en Londres.

Sin embargo, esa justicia tradicional, la que plantea el gasto público, puede ser un caldo de cultivo de la corrupción porque estudios, capacitaciones, campañas, eventos publicitarios y el reciclaje correísta no resuelven nada.

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