Cloaca de violencia

POR: Fausto Jaramillo Y.

Un refrán popular nos enseña que para mentir y comer pescado hay que tener mucho cuidado. Si esto es una lección para la vida cotidiana de cada ser mortal, lo es mucho más para la vida pública de los líderes, de las autoridades y de las instituciones.

Las mentiras forman parte consustancial de la política, miente el candidato, miente la autoridad, miente el partido o movimiento, miente el financista y el financiado, miente el afiliado, el fanático y el votante. Todos, con frases bonitas como “el bien común”, escondemos nuestras miserias y ambiciones.

Pero, no podemos olvidar que hay quienes mienten mejor que otros. No se cómo lo hacen, pero hay quienes tienen el don de esconder sus mentiras en las profundidades del arcano, y su imagen, como el corcho, siempre flota sobre las turbulentas aguas de la política.

Otros, en cambio, cuando comienzan a nadar en ese océano, no tienen ese escudo que los proteja y sus mentiras son reconocidas y condenadas.

La semana que terminó nos trajo la sorpresa de la renuncia del Fiscal General, autoridad apenas reconocida hace seis meses. Sus inicios auspiciosos trajeron un aire fresco de esperanza de verdad y valor que permitió mirar con optimismo a la recuperación de la justicia. Habían sido 10 años de mentiras y trafasías correistas que empañaron la institución. Los fiscales nombrados a dedo mostraron capacidad y rapidez para obedecer los designios de Carondelet y esconder las verdades de los latrocinios y violencia del gobernante de turno y sus adláteres. El Dr. Pérez Reina, no lo hizo y de inmediato se puso a trabajar sin miedo y sin tapujo. Todos lo aplaudimos y confiamos en él.

Ahora presenta su renuncia y lo hace de manera oscura y timorata. Nadie podría criticarle si su decisión estuviera ligada a “asuntos personales y familiares” como fue dicho en la primera versión; pero luego vino una segunda que nada tenía que ver con la primera. En ésta las razones esgrimidas más parecían la declaración de su temor ante las hipotéticas amenazas de quienes se sentían afectados por sus actuaciones. En lugar de enfrentarlas se retira a un costado. Lo que escribió con la mano, ahora lo borra con el codo.

Mientras tanto, los ecuatorianos miramos cada vez más lejano el día en que la justicia pueda actuar y brillar. Estamos sumidos en una cloaca de violencia soterrada que causa pavor a quienes son los llamados a ejercerla.