SEMBRADORERES DE LA VIDA

Hace 50 años nuestro país gozaba a plenitud de su riqueza natural, en especial sus recursos hídricos. La geografía ecuatoriana estaba atravesada en todas direcciones por manantiales fluyentes de los páramos y selvas que recorrían inmensos territorios sin ser aprovechados. Alguna vez en un artículo de mi juventud dije “que los ríos se iban cantando a la mar sin pena ni gloria”, sin aportar una gota de sus preciosos beneficios a las tierras desérticas que se morían de sed.

Nuestra patria, subdesarrollada en los conceptos de la tecnología, estaba muy lejos de aprovechar esta riqueza; mientras tanto, las ciudades crecían exponencialmente y los campesinos castigados por el abandono estatal emigraban a ellas para buscar una ocupación marginal, crearon Guasmos y Bastiones. Era lógico este desapego, por cuanto las tierras estaban en manos de los hacendados mantenedores un sistema abusivo, heredado del colonialismo. En Chimborazo, Leónidas Proaño devolvió a los indios enormes propiedades.

La oligarquía criolla legitimada por el status social y bendecida por el clero, estimada en un 8% de la población, enajenó sus predios para incursionar en urbanizaciones y otras actividades trasformativas ligadas al boom petrolero: Los nuevos propietarios estrecharon la frontera agrícola, destruyendo los pajonales, produciendo escases y contaminación.

Como una reacción salvadora, las comunidades indígenas de los altozanos, han emprendido la sacrificada tarea de restaurar la vegetación de los páramos, su sagrado patrimonio. El ganado vacuno ha sido sustituido por llamas y alpacas, restituyendo equilibrio a la naturaleza.

En Imbabura, Cotopaxi, Tungurahua y Chimborazo, los indígenas cuidan celosamente sus predios comunales junto al cielo, resultados: riachuelos y remansos cristalinos, pintan de oro y esmeralda el paisaje cordillerano, y cantan con la tuba de los vientos su himno de frescura. Estos hombres y mujeres son los auténticos sembradores de la vida.