La noche que el luto desvaneció a una ciudad

Suceso. Esta esquina de la ciudad de Ibarra quedó marcada por la muerte violenta de Diana Carolina.
Suceso. Esta esquina de la ciudad de Ibarra quedó marcada por la muerte violenta de Diana Carolina.

Redacción IBARRA

Un patio de comidas acogedor, novedoso, se encuentra situado en la calle Bolívar, en el centro de Ibarra. Está en una zona solitaria por las mañanas, que llena sus aceras cuando en el colegio más cercano se terminan las clases. Por las noches, el lugar cambia: quienes buscan distraerse, transitan por el lugar.

Estos visitantes ojean bares para compartir un momento ameno, romper la rutina. En esa búsqueda, muchos jóvenes encuentran en el patio, el sitio ideal para divertirse y saciar el hambre.

Hasta la noche del 19 de enero, ningún habitante se había detenido a observar con pesar el lugar. No tenían por qué hacerlo. Los clientes iban a degustar los platillos, tomaban un par de cervezas y se marchaban. Pero esa noche la rutina cambió.

A eso de las 20:30, una pareja que vendía empanadas en un local, empezó a discutir. De a poco, el aire se encendió y los gritos se pasaron de tono. Una llamada al Ecu-911 daba alerta del percance. Los trabajadores de la zona pidieron calma. Los curiosos esperaban a los gendarmes con intriga.

Con la presencia de la policía en el sitio, la gente creyó que el ambiente regresaría a la normalidad. La pelea bajaba de tono. Los ánimos se enfriaban gradualmente. Yordis L., involucrado en el pleito, simuló pedirle disculpas a Diana Carolina, novia y madre de su futuro hijo. Ella, aún pávida por las agresiones recibidas, dijo que pondría la denuncia correspondiente.

Casi sin advertirlo, como la hojarasca que choca contra el piso de tierra, Yordis dejó la farsa de su actuación; perdió la cabeza. Sostuvo a su enamorada del cuello y amenazó destruirle la integridad con un cuchillo alargado por la confusión.

Horas más tarde, esa sombría imagen encendería hogueras de venganza, en cuyo resplandor muchos vecinos se verían los rostros desfigurados, irreconocibles.

El recorrido

El centro de Ibarra posee una arquitectura colonial. Las calles son estrechas, en una sola vía. De una vereda a otra parecería que se llega de un solo salto. Las cuadras abarcan, en su mayoría, siete casas, muchas adornan con balcones la vista. Y entre estas viviendas aparecen tiendas, restaurantes, mecánicas, negocios varios.

Avanzar a pie por estas calles es acogedor. A paso lento, una persona se demora alrededor de minuto y medio en recorrer cada cuadra, dando cerca de 130 pasos.

La noche del sábado 19 de enero, Yordis se demoró más de una hora en caminar nueve cuadras. Es decir, en una ruta que debía durar 12 minutos (11, según Google Maps) y ocupar 1.180 pisadas, extendió el tiempo siete veces más y quién sabe cuántos pasos extras.

En ese andar desatado por la ciudad, los testigos dicen que Yordis titubeaba en zigzag, con su rehén agarrada del cuello, pendiente de que nadie se aparezca por su espalda. “Si hubiese venido un francotirador o un policía especializado, le habrían dado de baja desde un balcón”, sostiene un vecino.

Otro morador, mecánico de profesión, menciona que ese sábado se quedó trabajando hasta tarde en su taller. Bajó la puerta ‘lanfor’ de su negocio hasta la mitad. Cuando intentaba concentrarse en su labor, oyó que un berrinche se acercaba. Agachándose, sacó la cabeza por la puerta y vio al verdugo nervioso. “Los uniformados tenían ángulo de tiro, pero no disparaban”, dijo.

Cerca a las 21:00, Yordis llegó a las calles Juan José Flores y Pedro Rodríguez. Los patrulleros cercaron con motos las rutas aledañas. El secuestrador, sin saber qué rumbo coger, se paró tras un basurero con su víctima bien sujeta; aún la amenazaba con el puñal. Los policías le hablaban, pero no lograban convencerlo para que suelte a la víctima.

A media cuadra de la escena, se encuentra el edificio del Sindicato Provincial de Choferes profesionales de Imbabura. Los gritos, amenazas y lamentos llegaron a los conductores que aún se encontraban en el inmueble. Cuando salieron a ver qué sucedía, se encontraron con la imagen aterradora. Yordis gritaba: “¡Si se acercan, la mato!”. Mientras Diana Carolina decía: “No se aproximen. Yo sé cómo es él. ¡Se los aseguro!”.

Cerca de veinte minutos estuvo la pareja al lado del basurero. Hasta que el secuestrador se exasperó por la cantidad de gente que se aproximaba. Trastabillando con su rehén, chocó contra las mallas de enfrente. El ángulo de tiro aumentó. El populacho creyó que se venían los disparos; sin embargo, ninguna bala salió hacia él.

Con el aire recuperado tras ese corto lapso, Yordis reanudó su lamentable recorrido. Avanzó a tientas, con el reflejo de las farolas en su coronilla, al cruce final, la esquina de las calles Luis Cabezas Borja y Pedro Moncayo.

Muy cerca se visibiliza un billar. “Váyanse y yo boto el cuchillo”, le escucharon decir a Yordis desde el billar. Cuando el dueño del negocio salió a ver qué sucedía, vio a un tipo nervioso con un puñal brillante pegándose a la pared. Se preocupó: el verdugo podía ingresar a su local y lastimar a los clientes. Para evitar cualquier inconveniente, bajó la puerta.

Con los oídos colocados tras el latón, lo que escuchó le sonó extraño. No comprendía por qué la rehén gritaba: “¡Por Dios, retírense, él se va a calmar!”. ¿Si es un caso de robo, la chica debería pedir que la policía le ayude?, se dijo.

Cerca de las 21:30, varias motos se aparcaron en vías aledañas para cercar el lugar. Sin embargo, la gente las esquivó y se aglomeró a pasos del secuestrador. Como abejas al lado de un panal, los celulares flotaban sacando fotos y grabando videos que subían en vivo a las redes sociales.

En ese instante, una periodista llegó al lugar. Mientras avanza hacia el punto cero, su preocupación se desató. No entendía las razones por las cuales el populacho desafiaba al criminal. Le gritaban: “¡Mátale y vas a ver lo que te hacemos!”. “¡Si la tocas te vamos a quemar!”. “¡Entre todos te vamos a linchar!”. Y él, con cuchillo en mano, como aceptando el duelo, respondía: “¡Lo voy a hacer!”.

Eran palabras sueltas que retaban a los presentes. Exclamaciones con ruido y furia incontenida desde terrazas ensombrecidas. Frases echadas desde una acera abominable, a muy corta distancia de víctima y victimario.

Los cerca de 20 policías uniformados, más los gendarmes vestidos de civil, no podían controlar la situación. Con cada segundo transcurrido, la tensión los inmovilizaba. La oportunidad para salvar a la mujer se desvanecía. “Disparen”, les gritaban los curiosos. “Mátenlo”, refunfuñaban los fisgones.

“Juro que por mi hijo y por mi madre, con el dolor del alma, la mato a ella y me mato yo”, escucharon desde el billar que gritaba Yordis. Y ellos apesadumbrados tras el metal, con las botellas de licor en el piso y los vasos de cerveza en los bordes de la mesa, contaban los segundos intranquilos. Antes del llanto, el descontrol y las sirenas de ambulancia, escucharon que el asesino gritó por última vez: “¡Lo voy a hacer!”. Y mientras la ciudadanía y los policías se le abalanzaron, no dudó en acertar con el cuchillo varias puñaladas en el pecho de la joven madre.

Yordis se había vuelto un monstruo. Y ese sábado, la gente que grabó el hecho, guardó sus aparatos tecnológicos para agredirlo. El asesino forcejeó, lanzó gritos, maldijo. El populacho empujó a los gendarmes, quería atrapar al agresor.

El aire se entumecía. El cielo oscuro, punzante, confundió a los ciudadanos. Dosis de gas lacrimógeno despejaron el ambiente. La mujer herida se subió a una ambulancia, mientras el asesino era arrestado por la policía y trasladado a una casa de salud para su respectiva valoración médica.

La pareja se alejaba de la turba enardecida por caminos distintos. Minutos más tarde se confirmó la lamentable noticia. Diana Carolina, madre de dos niños y en estado de gestación, falleció camino al hospital debido a las puñaladas.

Un mes después

Ha transcurrido un mes desde el femicidio de Diana Carolina y en este sector aún se respira cierto pesar. Gente que vio el asesinato, trata de olvidarlo. Pero no todos. Hay personas que siguen el proceso que llevan a cabo las autoridades. Esperan justicia.

Uno de ellos es Mauricio Castro, tío de Diana Carolina. Como vocero de la familia, él ha tenido que dar entrevistas en los medios de comunicación para informar sobre el proceso judicial que se lleva adelante. No está satisfecho del todo, siente indignación por la negativa de la Fiscal para hacer una reconstrucción total de los hechos.

Treinta días después de lo acontecido, él está en el centro de la ciudad, yendo hacia la Corte Provincial de Justicia. Al saber que no se va a vincular a ninguna persona más en el proceso, junto a sus abogados, presenta una acusación particular.

Con el final de la instrucción fiscal, vendrán horas de espera, dictamines de jueces. Yordis L. actualmente se encuentra retenido en el centro de rehabilitación social de Latacunga. Aún espera su sentencia. (PTEG)