No, no así señora Alcaldesa

POR: Germánico Solis

Varias veces he declarado mi puntual reparo a los absurdos que se ven en la ciudad. Linajuda heredad denigrada y forzada a verla como una rinconera pueblerina, avasallada por la anarquía que solivianta el desacato a leyes y ordenanzas.

Y sin exageración, apunto a esa grosera manera de transgredir la convivencia social, armonía y derecho a caminar por calles y parques, complaciéndonos con la prodigalidad y galanura de mi ciudad. Aseguraba la insolencia de quienes con audacia aprovechan los descuidos de la autoridad, y en otras veces, a causa del complaciente quemeimportismo de la misma potestad, comprobada por su indolencia –acaso acordada por conveniencias- ante las temáticas sociales y por ser culpable de desatinadas concesiones.

He hecho notar hasta la saciedad, la invasión de las periferias del mercado Amazonas por comerciantes formales e informales, quienes en un basural ofrecen alimentos y bebidas, allí maniobra la inseguridad, tiranizada por esos infractores que practican la abominable violencia encarnada en el que más grita o amenaza.

He señalado el estado de sitio manifiesto en los propietarios de comercios y servicios que han hecho de la ciudad tierra de nadie. Mecánicos usando el suelo. Veredas llenas de productos y trastos de todos los oficios. Mercaderías colgadas en las fachadas. Postes y cercas con anuncios que agravan la contaminación visual. Carretones en contravía. Bicicletas apresuradas por las veredas. Taxis y buses a la velocidad que se les antoja y sonando sus pitos donde les viene en gana. Nadie se queda atrás, muchos achican la dignidad de la ciudad, cualquiera instala en las vías cocinas para freír comidas reñidas con la salud. No están ausentes el ruido y la felonía del delincuente.

Hace pocos días una mujer campesina encendía leña en pleno parque de San Agustín para sus preparados, el área estuvo llena de chinganas y utensilios; las manos útiles para contar billetes preparaban alimentos y enjaguaban el menaje.

No se puede prestar los espacios públicos en favor de un sector. Los ósculos engañosos no funcionan, la ciudadanía anhela una ciudad en orden. Este comentario es el enojo ciudadano alejado de la política.

POR: Germánico Solis

Varias veces he declarado mi puntual reparo a los absurdos que se ven en la ciudad. Linajuda heredad denigrada y forzada a verla como una rinconera pueblerina, avasallada por la anarquía que solivianta el desacato a leyes y ordenanzas.

Y sin exageración, apunto a esa grosera manera de transgredir la convivencia social, armonía y derecho a caminar por calles y parques, complaciéndonos con la prodigalidad y galanura de mi ciudad. Aseguraba la insolencia de quienes con audacia aprovechan los descuidos de la autoridad, y en otras veces, a causa del complaciente quemeimportismo de la misma potestad, comprobada por su indolencia –acaso acordada por conveniencias- ante las temáticas sociales y por ser culpable de desatinadas concesiones.

He hecho notar hasta la saciedad, la invasión de las periferias del mercado Amazonas por comerciantes formales e informales, quienes en un basural ofrecen alimentos y bebidas, allí maniobra la inseguridad, tiranizada por esos infractores que practican la abominable violencia encarnada en el que más grita o amenaza.

He señalado el estado de sitio manifiesto en los propietarios de comercios y servicios que han hecho de la ciudad tierra de nadie. Mecánicos usando el suelo. Veredas llenas de productos y trastos de todos los oficios. Mercaderías colgadas en las fachadas. Postes y cercas con anuncios que agravan la contaminación visual. Carretones en contravía. Bicicletas apresuradas por las veredas. Taxis y buses a la velocidad que se les antoja y sonando sus pitos donde les viene en gana. Nadie se queda atrás, muchos achican la dignidad de la ciudad, cualquiera instala en las vías cocinas para freír comidas reñidas con la salud. No están ausentes el ruido y la felonía del delincuente.

Hace pocos días una mujer campesina encendía leña en pleno parque de San Agustín para sus preparados, el área estuvo llena de chinganas y utensilios; las manos útiles para contar billetes preparaban alimentos y enjaguaban el menaje.

No se puede prestar los espacios públicos en favor de un sector. Los ósculos engañosos no funcionan, la ciudadanía anhela una ciudad en orden. Este comentario es el enojo ciudadano alejado de la política.

POR: Germánico Solis

Varias veces he declarado mi puntual reparo a los absurdos que se ven en la ciudad. Linajuda heredad denigrada y forzada a verla como una rinconera pueblerina, avasallada por la anarquía que solivianta el desacato a leyes y ordenanzas.

Y sin exageración, apunto a esa grosera manera de transgredir la convivencia social, armonía y derecho a caminar por calles y parques, complaciéndonos con la prodigalidad y galanura de mi ciudad. Aseguraba la insolencia de quienes con audacia aprovechan los descuidos de la autoridad, y en otras veces, a causa del complaciente quemeimportismo de la misma potestad, comprobada por su indolencia –acaso acordada por conveniencias- ante las temáticas sociales y por ser culpable de desatinadas concesiones.

He hecho notar hasta la saciedad, la invasión de las periferias del mercado Amazonas por comerciantes formales e informales, quienes en un basural ofrecen alimentos y bebidas, allí maniobra la inseguridad, tiranizada por esos infractores que practican la abominable violencia encarnada en el que más grita o amenaza.

He señalado el estado de sitio manifiesto en los propietarios de comercios y servicios que han hecho de la ciudad tierra de nadie. Mecánicos usando el suelo. Veredas llenas de productos y trastos de todos los oficios. Mercaderías colgadas en las fachadas. Postes y cercas con anuncios que agravan la contaminación visual. Carretones en contravía. Bicicletas apresuradas por las veredas. Taxis y buses a la velocidad que se les antoja y sonando sus pitos donde les viene en gana. Nadie se queda atrás, muchos achican la dignidad de la ciudad, cualquiera instala en las vías cocinas para freír comidas reñidas con la salud. No están ausentes el ruido y la felonía del delincuente.

Hace pocos días una mujer campesina encendía leña en pleno parque de San Agustín para sus preparados, el área estuvo llena de chinganas y utensilios; las manos útiles para contar billetes preparaban alimentos y enjaguaban el menaje.

No se puede prestar los espacios públicos en favor de un sector. Los ósculos engañosos no funcionan, la ciudadanía anhela una ciudad en orden. Este comentario es el enojo ciudadano alejado de la política.

POR: Germánico Solis

Varias veces he declarado mi puntual reparo a los absurdos que se ven en la ciudad. Linajuda heredad denigrada y forzada a verla como una rinconera pueblerina, avasallada por la anarquía que solivianta el desacato a leyes y ordenanzas.

Y sin exageración, apunto a esa grosera manera de transgredir la convivencia social, armonía y derecho a caminar por calles y parques, complaciéndonos con la prodigalidad y galanura de mi ciudad. Aseguraba la insolencia de quienes con audacia aprovechan los descuidos de la autoridad, y en otras veces, a causa del complaciente quemeimportismo de la misma potestad, comprobada por su indolencia –acaso acordada por conveniencias- ante las temáticas sociales y por ser culpable de desatinadas concesiones.

He hecho notar hasta la saciedad, la invasión de las periferias del mercado Amazonas por comerciantes formales e informales, quienes en un basural ofrecen alimentos y bebidas, allí maniobra la inseguridad, tiranizada por esos infractores que practican la abominable violencia encarnada en el que más grita o amenaza.

He señalado el estado de sitio manifiesto en los propietarios de comercios y servicios que han hecho de la ciudad tierra de nadie. Mecánicos usando el suelo. Veredas llenas de productos y trastos de todos los oficios. Mercaderías colgadas en las fachadas. Postes y cercas con anuncios que agravan la contaminación visual. Carretones en contravía. Bicicletas apresuradas por las veredas. Taxis y buses a la velocidad que se les antoja y sonando sus pitos donde les viene en gana. Nadie se queda atrás, muchos achican la dignidad de la ciudad, cualquiera instala en las vías cocinas para freír comidas reñidas con la salud. No están ausentes el ruido y la felonía del delincuente.

Hace pocos días una mujer campesina encendía leña en pleno parque de San Agustín para sus preparados, el área estuvo llena de chinganas y utensilios; las manos útiles para contar billetes preparaban alimentos y enjaguaban el menaje.

No se puede prestar los espacios públicos en favor de un sector. Los ósculos engañosos no funcionan, la ciudadanía anhela una ciudad en orden. Este comentario es el enojo ciudadano alejado de la política.