No les creo

POR: Fausto Jaramillo Y.

Ha pasado ya un mes de aquellos aciagos días de octubre en que las calles de Quito se llenaron de odio, violencia, fuego, piedras y miedo. Ha pasado un mes y el miedo sigue.

De Quito, ese miedo se trasladó a Santiago y a La Paz y allí también se ha quedado.

Buscamos explicaciones para lo sucedido y, la verdad, no las encontramos. Muchos proclaman a voz en cuello que son de izquierda (a la izquierda de quién, o de qué), y que las causas son las desigualdades económicas, que hay pocos que tienen mucho y muchos que tiene poco. Y yo, pregunto: Cuando tuvieron la oportunidad de componer esas desigualdades ¿qué hicieron? ¿Acaso las evidencias no apuntan a que agrandaron sus bolsillos y la de sus amigos para que quepan más y más riquezas? ¿Acaso los hechos no apuntan a que prefirieron romper las Constituciones y Leyes para permanecer en las mieles del poder?

Otros se dicen de derecha ¿con relación a quién o a qué? Que debemos encontrar las causas en la ignorancia de la gente, en su vagancia, en que los pueblos prefieren el regalo dadivoso del gobierno a la dureza del esfuerzo. Y yo pregunto: ¿cuánto cuesta un plato de comida balanceado, la salud, la educación? ¿El pueblo tiene dinero para cubrir esos gastos? ¿Las industrias y el comercio pagan a sus obreros y campesinos lo suficiente como para que sus hijos puedan desarrollarse, sin lujos ni riquezas, pero sin sobresaltos?

No, ya no creo en los rancios discursos de los que se dicen de izquierda ni de los que se dicen de derecha. Son palabras que desde hace mucho suenan huecas porque esconden sus ansias de poder, de dinero, de riqueza y de vanidad. Los que las pronuncian son actores que buscan el aplauso y ensanchar su ego.

Los pueblos exigen simplemente, la verdad. Que las palabras se conviertan en forma de vida. Que retorne la ética a la política, que haya sindéresis entre lo que se proclama y lo que se firma.

Que las autoridades electas sean ejemplo de dignidad y de corrección, que luchen contra la corrupción y contra la ignorancia, contra la pobreza y la injusticia.

No queremos ángeles caídos del cielo, perfectos e infalibles, no, no es ese el ideal; lo que se busca es que desde su humanidad imperfecta puedan conducir a sus pueblos por la senda del trabajo, de la solidaridad, del respeto, de la cordialidad, de la decencia, de la mano extendida y de la transparencia en sus actos públicos.

¿Será mucho pedir? ¿Será un imposible alcanzar este ideal?

POR: Fausto Jaramillo Y.

Ha pasado ya un mes de aquellos aciagos días de octubre en que las calles de Quito se llenaron de odio, violencia, fuego, piedras y miedo. Ha pasado un mes y el miedo sigue.

De Quito, ese miedo se trasladó a Santiago y a La Paz y allí también se ha quedado.

Buscamos explicaciones para lo sucedido y, la verdad, no las encontramos. Muchos proclaman a voz en cuello que son de izquierda (a la izquierda de quién, o de qué), y que las causas son las desigualdades económicas, que hay pocos que tienen mucho y muchos que tiene poco. Y yo, pregunto: Cuando tuvieron la oportunidad de componer esas desigualdades ¿qué hicieron? ¿Acaso las evidencias no apuntan a que agrandaron sus bolsillos y la de sus amigos para que quepan más y más riquezas? ¿Acaso los hechos no apuntan a que prefirieron romper las Constituciones y Leyes para permanecer en las mieles del poder?

Otros se dicen de derecha ¿con relación a quién o a qué? Que debemos encontrar las causas en la ignorancia de la gente, en su vagancia, en que los pueblos prefieren el regalo dadivoso del gobierno a la dureza del esfuerzo. Y yo pregunto: ¿cuánto cuesta un plato de comida balanceado, la salud, la educación? ¿El pueblo tiene dinero para cubrir esos gastos? ¿Las industrias y el comercio pagan a sus obreros y campesinos lo suficiente como para que sus hijos puedan desarrollarse, sin lujos ni riquezas, pero sin sobresaltos?

No, ya no creo en los rancios discursos de los que se dicen de izquierda ni de los que se dicen de derecha. Son palabras que desde hace mucho suenan huecas porque esconden sus ansias de poder, de dinero, de riqueza y de vanidad. Los que las pronuncian son actores que buscan el aplauso y ensanchar su ego.

Los pueblos exigen simplemente, la verdad. Que las palabras se conviertan en forma de vida. Que retorne la ética a la política, que haya sindéresis entre lo que se proclama y lo que se firma.

Que las autoridades electas sean ejemplo de dignidad y de corrección, que luchen contra la corrupción y contra la ignorancia, contra la pobreza y la injusticia.

No queremos ángeles caídos del cielo, perfectos e infalibles, no, no es ese el ideal; lo que se busca es que desde su humanidad imperfecta puedan conducir a sus pueblos por la senda del trabajo, de la solidaridad, del respeto, de la cordialidad, de la decencia, de la mano extendida y de la transparencia en sus actos públicos.

¿Será mucho pedir? ¿Será un imposible alcanzar este ideal?

POR: Fausto Jaramillo Y.

Ha pasado ya un mes de aquellos aciagos días de octubre en que las calles de Quito se llenaron de odio, violencia, fuego, piedras y miedo. Ha pasado un mes y el miedo sigue.

De Quito, ese miedo se trasladó a Santiago y a La Paz y allí también se ha quedado.

Buscamos explicaciones para lo sucedido y, la verdad, no las encontramos. Muchos proclaman a voz en cuello que son de izquierda (a la izquierda de quién, o de qué), y que las causas son las desigualdades económicas, que hay pocos que tienen mucho y muchos que tiene poco. Y yo, pregunto: Cuando tuvieron la oportunidad de componer esas desigualdades ¿qué hicieron? ¿Acaso las evidencias no apuntan a que agrandaron sus bolsillos y la de sus amigos para que quepan más y más riquezas? ¿Acaso los hechos no apuntan a que prefirieron romper las Constituciones y Leyes para permanecer en las mieles del poder?

Otros se dicen de derecha ¿con relación a quién o a qué? Que debemos encontrar las causas en la ignorancia de la gente, en su vagancia, en que los pueblos prefieren el regalo dadivoso del gobierno a la dureza del esfuerzo. Y yo pregunto: ¿cuánto cuesta un plato de comida balanceado, la salud, la educación? ¿El pueblo tiene dinero para cubrir esos gastos? ¿Las industrias y el comercio pagan a sus obreros y campesinos lo suficiente como para que sus hijos puedan desarrollarse, sin lujos ni riquezas, pero sin sobresaltos?

No, ya no creo en los rancios discursos de los que se dicen de izquierda ni de los que se dicen de derecha. Son palabras que desde hace mucho suenan huecas porque esconden sus ansias de poder, de dinero, de riqueza y de vanidad. Los que las pronuncian son actores que buscan el aplauso y ensanchar su ego.

Los pueblos exigen simplemente, la verdad. Que las palabras se conviertan en forma de vida. Que retorne la ética a la política, que haya sindéresis entre lo que se proclama y lo que se firma.

Que las autoridades electas sean ejemplo de dignidad y de corrección, que luchen contra la corrupción y contra la ignorancia, contra la pobreza y la injusticia.

No queremos ángeles caídos del cielo, perfectos e infalibles, no, no es ese el ideal; lo que se busca es que desde su humanidad imperfecta puedan conducir a sus pueblos por la senda del trabajo, de la solidaridad, del respeto, de la cordialidad, de la decencia, de la mano extendida y de la transparencia en sus actos públicos.

¿Será mucho pedir? ¿Será un imposible alcanzar este ideal?

POR: Fausto Jaramillo Y.

Ha pasado ya un mes de aquellos aciagos días de octubre en que las calles de Quito se llenaron de odio, violencia, fuego, piedras y miedo. Ha pasado un mes y el miedo sigue.

De Quito, ese miedo se trasladó a Santiago y a La Paz y allí también se ha quedado.

Buscamos explicaciones para lo sucedido y, la verdad, no las encontramos. Muchos proclaman a voz en cuello que son de izquierda (a la izquierda de quién, o de qué), y que las causas son las desigualdades económicas, que hay pocos que tienen mucho y muchos que tiene poco. Y yo, pregunto: Cuando tuvieron la oportunidad de componer esas desigualdades ¿qué hicieron? ¿Acaso las evidencias no apuntan a que agrandaron sus bolsillos y la de sus amigos para que quepan más y más riquezas? ¿Acaso los hechos no apuntan a que prefirieron romper las Constituciones y Leyes para permanecer en las mieles del poder?

Otros se dicen de derecha ¿con relación a quién o a qué? Que debemos encontrar las causas en la ignorancia de la gente, en su vagancia, en que los pueblos prefieren el regalo dadivoso del gobierno a la dureza del esfuerzo. Y yo pregunto: ¿cuánto cuesta un plato de comida balanceado, la salud, la educación? ¿El pueblo tiene dinero para cubrir esos gastos? ¿Las industrias y el comercio pagan a sus obreros y campesinos lo suficiente como para que sus hijos puedan desarrollarse, sin lujos ni riquezas, pero sin sobresaltos?

No, ya no creo en los rancios discursos de los que se dicen de izquierda ni de los que se dicen de derecha. Son palabras que desde hace mucho suenan huecas porque esconden sus ansias de poder, de dinero, de riqueza y de vanidad. Los que las pronuncian son actores que buscan el aplauso y ensanchar su ego.

Los pueblos exigen simplemente, la verdad. Que las palabras se conviertan en forma de vida. Que retorne la ética a la política, que haya sindéresis entre lo que se proclama y lo que se firma.

Que las autoridades electas sean ejemplo de dignidad y de corrección, que luchen contra la corrupción y contra la ignorancia, contra la pobreza y la injusticia.

No queremos ángeles caídos del cielo, perfectos e infalibles, no, no es ese el ideal; lo que se busca es que desde su humanidad imperfecta puedan conducir a sus pueblos por la senda del trabajo, de la solidaridad, del respeto, de la cordialidad, de la decencia, de la mano extendida y de la transparencia en sus actos públicos.

¿Será mucho pedir? ¿Será un imposible alcanzar este ideal?