Premios inútiles

Diego Cazar Baquero

El pasado miércoles fueron entregados los premios Jorge Mantilla Ortega. Uno de esos lo obtuvo el trabajo Abacá, esclavitud moderna en los campos del Ecuador, una serie de reportajes que cuentan la historia de más de 1.200 personas –unas 400 familias– que han sido esclavizadas por la empresa japonesa Furukawa desde 1963.

Ningún premio periodístico puede celebrarse cuando el motivo de esa ilusoria victoria es la tragedia de un ser humano. El trabajo que denunció la condición de esclavitud a la que durante 55 años fueron sometidos cientos de campesinos, se presentó en febrero por la Defensoría del Pueblo y por la prensa, y hasta hoy no ha sido atendido por el Estado.

Pero solo decirlo no basta. Que el Estado no atienda el caso implica que hay hombres, mujeres, niños, niñas y adolescentes aún sin vivienda, sin servicios, sin identidad, sin salud ni educación. Un año después, Ecuador no logra reparar los derechos fundamentales de quienes empeñaron sus vidas trabajando para una transnacional esclavista que ahora mismo opera en absoluta impunidad.

El caso, en materia penal, continúa en etapa de investigación previa. La defensa de los campesinos trabaja en la construcción de una acción de protección. Mientras tanto, muchos de esos agricultores ya ancianos dejaron de recibir el bono estatal que permitía un mínimo aliento a sus vidas. Algunos más han vendido sus escasas pertenencias para comprar comida. Otros deambulan por el día en Santo Domingo de los Tsáchilas o en Patricia Pilar, inventando oficios a cambio de monedas, y por las noches se refugian en algún rincón del campo, pues no pueden pagar un arriendo.

La empresa Furukawa –impune y cínica– mantiene a sus víctimas en vilo, con pagos miserables disfrazados de liquidaciones o con rumores inoculados que buscan dividirlos. Quiero decir que soborna a quienes mueren de hambre, los acalla a cambio de unos dólares. Y mientras esto ocurre, el Estado mira hacia otro lado.

Todo premio es inútil si aún campea la miseria humana, si aún hay esclavitud y si nadie hace nada para erradicarla de un tajo.

[email protected]

Diego Cazar Baquero

El pasado miércoles fueron entregados los premios Jorge Mantilla Ortega. Uno de esos lo obtuvo el trabajo Abacá, esclavitud moderna en los campos del Ecuador, una serie de reportajes que cuentan la historia de más de 1.200 personas –unas 400 familias– que han sido esclavizadas por la empresa japonesa Furukawa desde 1963.

Ningún premio periodístico puede celebrarse cuando el motivo de esa ilusoria victoria es la tragedia de un ser humano. El trabajo que denunció la condición de esclavitud a la que durante 55 años fueron sometidos cientos de campesinos, se presentó en febrero por la Defensoría del Pueblo y por la prensa, y hasta hoy no ha sido atendido por el Estado.

Pero solo decirlo no basta. Que el Estado no atienda el caso implica que hay hombres, mujeres, niños, niñas y adolescentes aún sin vivienda, sin servicios, sin identidad, sin salud ni educación. Un año después, Ecuador no logra reparar los derechos fundamentales de quienes empeñaron sus vidas trabajando para una transnacional esclavista que ahora mismo opera en absoluta impunidad.

El caso, en materia penal, continúa en etapa de investigación previa. La defensa de los campesinos trabaja en la construcción de una acción de protección. Mientras tanto, muchos de esos agricultores ya ancianos dejaron de recibir el bono estatal que permitía un mínimo aliento a sus vidas. Algunos más han vendido sus escasas pertenencias para comprar comida. Otros deambulan por el día en Santo Domingo de los Tsáchilas o en Patricia Pilar, inventando oficios a cambio de monedas, y por las noches se refugian en algún rincón del campo, pues no pueden pagar un arriendo.

La empresa Furukawa –impune y cínica– mantiene a sus víctimas en vilo, con pagos miserables disfrazados de liquidaciones o con rumores inoculados que buscan dividirlos. Quiero decir que soborna a quienes mueren de hambre, los acalla a cambio de unos dólares. Y mientras esto ocurre, el Estado mira hacia otro lado.

Todo premio es inútil si aún campea la miseria humana, si aún hay esclavitud y si nadie hace nada para erradicarla de un tajo.

[email protected]

Diego Cazar Baquero

El pasado miércoles fueron entregados los premios Jorge Mantilla Ortega. Uno de esos lo obtuvo el trabajo Abacá, esclavitud moderna en los campos del Ecuador, una serie de reportajes que cuentan la historia de más de 1.200 personas –unas 400 familias– que han sido esclavizadas por la empresa japonesa Furukawa desde 1963.

Ningún premio periodístico puede celebrarse cuando el motivo de esa ilusoria victoria es la tragedia de un ser humano. El trabajo que denunció la condición de esclavitud a la que durante 55 años fueron sometidos cientos de campesinos, se presentó en febrero por la Defensoría del Pueblo y por la prensa, y hasta hoy no ha sido atendido por el Estado.

Pero solo decirlo no basta. Que el Estado no atienda el caso implica que hay hombres, mujeres, niños, niñas y adolescentes aún sin vivienda, sin servicios, sin identidad, sin salud ni educación. Un año después, Ecuador no logra reparar los derechos fundamentales de quienes empeñaron sus vidas trabajando para una transnacional esclavista que ahora mismo opera en absoluta impunidad.

El caso, en materia penal, continúa en etapa de investigación previa. La defensa de los campesinos trabaja en la construcción de una acción de protección. Mientras tanto, muchos de esos agricultores ya ancianos dejaron de recibir el bono estatal que permitía un mínimo aliento a sus vidas. Algunos más han vendido sus escasas pertenencias para comprar comida. Otros deambulan por el día en Santo Domingo de los Tsáchilas o en Patricia Pilar, inventando oficios a cambio de monedas, y por las noches se refugian en algún rincón del campo, pues no pueden pagar un arriendo.

La empresa Furukawa –impune y cínica– mantiene a sus víctimas en vilo, con pagos miserables disfrazados de liquidaciones o con rumores inoculados que buscan dividirlos. Quiero decir que soborna a quienes mueren de hambre, los acalla a cambio de unos dólares. Y mientras esto ocurre, el Estado mira hacia otro lado.

Todo premio es inútil si aún campea la miseria humana, si aún hay esclavitud y si nadie hace nada para erradicarla de un tajo.

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Diego Cazar Baquero

El pasado miércoles fueron entregados los premios Jorge Mantilla Ortega. Uno de esos lo obtuvo el trabajo Abacá, esclavitud moderna en los campos del Ecuador, una serie de reportajes que cuentan la historia de más de 1.200 personas –unas 400 familias– que han sido esclavizadas por la empresa japonesa Furukawa desde 1963.

Ningún premio periodístico puede celebrarse cuando el motivo de esa ilusoria victoria es la tragedia de un ser humano. El trabajo que denunció la condición de esclavitud a la que durante 55 años fueron sometidos cientos de campesinos, se presentó en febrero por la Defensoría del Pueblo y por la prensa, y hasta hoy no ha sido atendido por el Estado.

Pero solo decirlo no basta. Que el Estado no atienda el caso implica que hay hombres, mujeres, niños, niñas y adolescentes aún sin vivienda, sin servicios, sin identidad, sin salud ni educación. Un año después, Ecuador no logra reparar los derechos fundamentales de quienes empeñaron sus vidas trabajando para una transnacional esclavista que ahora mismo opera en absoluta impunidad.

El caso, en materia penal, continúa en etapa de investigación previa. La defensa de los campesinos trabaja en la construcción de una acción de protección. Mientras tanto, muchos de esos agricultores ya ancianos dejaron de recibir el bono estatal que permitía un mínimo aliento a sus vidas. Algunos más han vendido sus escasas pertenencias para comprar comida. Otros deambulan por el día en Santo Domingo de los Tsáchilas o en Patricia Pilar, inventando oficios a cambio de monedas, y por las noches se refugian en algún rincón del campo, pues no pueden pagar un arriendo.

La empresa Furukawa –impune y cínica– mantiene a sus víctimas en vilo, con pagos miserables disfrazados de liquidaciones o con rumores inoculados que buscan dividirlos. Quiero decir que soborna a quienes mueren de hambre, los acalla a cambio de unos dólares. Y mientras esto ocurre, el Estado mira hacia otro lado.

Todo premio es inútil si aún campea la miseria humana, si aún hay esclavitud y si nadie hace nada para erradicarla de un tajo.

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