Hoy, más que nunca

2020 es de los años que nunca se olvidarán y de esos que quisiéramos que nunca se repitan. Nos enseñó que cada minuto que pasa es un minuto que no regresa. Aprendimos a abrazar la vida y entender su fragilidad. Un año que despedimos mirando a las estrellas por quienes nos dejaron y que nos hace acuerdo de aprovechar cada segundo con quienes ganaron sus batallas y se quedaron con nosotros. Un año con despedidas inesperadas, palabras que no se dijeron y abrazos pendientes para la eternidad.

Nos vimos derrumbados, tristes y humanos. Comprendimos que nuestra felicidad es el resultado de aquello que hicimos para que alguien más consiga olvidar su propio dolor. Un año que nos enseñó que el que tiene el corazón más lleno, es quien trata con amabilidad, el que extiende una mano por el desconocido, el que se arriesga a intentarlo y el que sacrifica a través de su profesión, hasta su vida. Desde marzo, nos forzamos a recordar que aquello que llevamos dentro es lo único que verdaderamente importa.

Este año nos dejó muchas marcas. El 2021 viene con incertidumbres y expectativas. Está en cada uno de nosotros, a pesar de las pérdidas, los dolores y los sinsabores, dejar una puerta abierta a la esperanza, crecimiento, cambio y el encuentro con nosotros mismos. Pongamos -al fin- esos puntos finales a las historias que teníamos inconclusas, saquemos bandera blanca a los conflictos, luchemos por nuestros ideales, abramos el espacio al pensamiento crítico y transformemos el miedo en luz.

Decir feliz año nuevo es una costumbre. Yo lo que les deseo es, que lo bueno se multiplique, que las heridas sanen y que todos volvamos a reír, abrazarnos y agradecer. Mi memoria eterna para reconocer a quienes desde sus respectivas trincheras hicieron de esta difícil coyuntura una oportunidad para servir.