Seamos vulnerables

Manuel Castro M.

Los ecuatorianos no somos tan fuertes como pretendemos o aparentamos ser. Tal vez porque no hemos sufrido verdaderas tragedias: guerras, cataclismos insuperables. No hay que negarlo hemos progresado desde la Colonia, pasando por la República. No en la medida en que los seres humanos, los más idealistas aspiran, es decir un país donde imperen la justicia, el orden, la honradez y la paz desde afuera y desde adentro.

Mas hoy nos sentimos vulnerables, lo cual es una actitud preventiva positiva, pues tenemos la sensación de que podemos ser heridos o recibir lesiones, físicas o morales. Este sentimiento nos permite comunicarnos, que es el principio del diálogo y de la aceptación de verdades, en el fondo tristes.

Los ultra, los más débiles, hablan de un país fallido. Posición que a nada bueno conduce, pues como dice la sabiduría china: “El que teme sufrir, sufre de temor”. Y el temor conduce a la inacción o la búsqueda de soluciones extremas: fascismo, comunismo, falangismo, separatismo, que históricamente han conducido a los países que los han adoptado a la ruina, además han fomentado el odio de clases, la imposición de religiones y, definitivamente, la pérdida de las libertades, que es el corto camino para que no imperen la justicia, la solidaridad y la desaparición del pobreza material y espiritual.

La Alemania de Hitler, la España de Franco, la URSS de Lenin y de Stalin, el Irán de los ayatolas, la Cuba de Castro, la Venezuela de Chávez, la Nicaragua de Ortega y señora, lo atestiguan contundentemente.

Las necesarias rectificaciones vendrán a través de los únicos y misteriosos mecanismos que nos da la historia: la relación del poder y la política. A momentos exigimos que no hagan política los políticos, que no hagan política -o desaparezcan- los partidos políticos.

Son las reacciones de la platea, como decía alguien, pues un político es el dramaturgo, actor y público a la vez, por eso utiliza la propaganda y pone su nombre en los carteles. Pero ellos deben darse cuenta que el ser hábiles no les exime de ser éticos, justos y patriotas, que en veces es saber renunciar a justas ambiciones.

[email protected]

Manuel Castro M.

Los ecuatorianos no somos tan fuertes como pretendemos o aparentamos ser. Tal vez porque no hemos sufrido verdaderas tragedias: guerras, cataclismos insuperables. No hay que negarlo hemos progresado desde la Colonia, pasando por la República. No en la medida en que los seres humanos, los más idealistas aspiran, es decir un país donde imperen la justicia, el orden, la honradez y la paz desde afuera y desde adentro.

Mas hoy nos sentimos vulnerables, lo cual es una actitud preventiva positiva, pues tenemos la sensación de que podemos ser heridos o recibir lesiones, físicas o morales. Este sentimiento nos permite comunicarnos, que es el principio del diálogo y de la aceptación de verdades, en el fondo tristes.

Los ultra, los más débiles, hablan de un país fallido. Posición que a nada bueno conduce, pues como dice la sabiduría china: “El que teme sufrir, sufre de temor”. Y el temor conduce a la inacción o la búsqueda de soluciones extremas: fascismo, comunismo, falangismo, separatismo, que históricamente han conducido a los países que los han adoptado a la ruina, además han fomentado el odio de clases, la imposición de religiones y, definitivamente, la pérdida de las libertades, que es el corto camino para que no imperen la justicia, la solidaridad y la desaparición del pobreza material y espiritual.

La Alemania de Hitler, la España de Franco, la URSS de Lenin y de Stalin, el Irán de los ayatolas, la Cuba de Castro, la Venezuela de Chávez, la Nicaragua de Ortega y señora, lo atestiguan contundentemente.

Las necesarias rectificaciones vendrán a través de los únicos y misteriosos mecanismos que nos da la historia: la relación del poder y la política. A momentos exigimos que no hagan política los políticos, que no hagan política -o desaparezcan- los partidos políticos.

Son las reacciones de la platea, como decía alguien, pues un político es el dramaturgo, actor y público a la vez, por eso utiliza la propaganda y pone su nombre en los carteles. Pero ellos deben darse cuenta que el ser hábiles no les exime de ser éticos, justos y patriotas, que en veces es saber renunciar a justas ambiciones.

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Manuel Castro M.

Los ecuatorianos no somos tan fuertes como pretendemos o aparentamos ser. Tal vez porque no hemos sufrido verdaderas tragedias: guerras, cataclismos insuperables. No hay que negarlo hemos progresado desde la Colonia, pasando por la República. No en la medida en que los seres humanos, los más idealistas aspiran, es decir un país donde imperen la justicia, el orden, la honradez y la paz desde afuera y desde adentro.

Mas hoy nos sentimos vulnerables, lo cual es una actitud preventiva positiva, pues tenemos la sensación de que podemos ser heridos o recibir lesiones, físicas o morales. Este sentimiento nos permite comunicarnos, que es el principio del diálogo y de la aceptación de verdades, en el fondo tristes.

Los ultra, los más débiles, hablan de un país fallido. Posición que a nada bueno conduce, pues como dice la sabiduría china: “El que teme sufrir, sufre de temor”. Y el temor conduce a la inacción o la búsqueda de soluciones extremas: fascismo, comunismo, falangismo, separatismo, que históricamente han conducido a los países que los han adoptado a la ruina, además han fomentado el odio de clases, la imposición de religiones y, definitivamente, la pérdida de las libertades, que es el corto camino para que no imperen la justicia, la solidaridad y la desaparición del pobreza material y espiritual.

La Alemania de Hitler, la España de Franco, la URSS de Lenin y de Stalin, el Irán de los ayatolas, la Cuba de Castro, la Venezuela de Chávez, la Nicaragua de Ortega y señora, lo atestiguan contundentemente.

Las necesarias rectificaciones vendrán a través de los únicos y misteriosos mecanismos que nos da la historia: la relación del poder y la política. A momentos exigimos que no hagan política los políticos, que no hagan política -o desaparezcan- los partidos políticos.

Son las reacciones de la platea, como decía alguien, pues un político es el dramaturgo, actor y público a la vez, por eso utiliza la propaganda y pone su nombre en los carteles. Pero ellos deben darse cuenta que el ser hábiles no les exime de ser éticos, justos y patriotas, que en veces es saber renunciar a justas ambiciones.

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Manuel Castro M.

Los ecuatorianos no somos tan fuertes como pretendemos o aparentamos ser. Tal vez porque no hemos sufrido verdaderas tragedias: guerras, cataclismos insuperables. No hay que negarlo hemos progresado desde la Colonia, pasando por la República. No en la medida en que los seres humanos, los más idealistas aspiran, es decir un país donde imperen la justicia, el orden, la honradez y la paz desde afuera y desde adentro.

Mas hoy nos sentimos vulnerables, lo cual es una actitud preventiva positiva, pues tenemos la sensación de que podemos ser heridos o recibir lesiones, físicas o morales. Este sentimiento nos permite comunicarnos, que es el principio del diálogo y de la aceptación de verdades, en el fondo tristes.

Los ultra, los más débiles, hablan de un país fallido. Posición que a nada bueno conduce, pues como dice la sabiduría china: “El que teme sufrir, sufre de temor”. Y el temor conduce a la inacción o la búsqueda de soluciones extremas: fascismo, comunismo, falangismo, separatismo, que históricamente han conducido a los países que los han adoptado a la ruina, además han fomentado el odio de clases, la imposición de religiones y, definitivamente, la pérdida de las libertades, que es el corto camino para que no imperen la justicia, la solidaridad y la desaparición del pobreza material y espiritual.

La Alemania de Hitler, la España de Franco, la URSS de Lenin y de Stalin, el Irán de los ayatolas, la Cuba de Castro, la Venezuela de Chávez, la Nicaragua de Ortega y señora, lo atestiguan contundentemente.

Las necesarias rectificaciones vendrán a través de los únicos y misteriosos mecanismos que nos da la historia: la relación del poder y la política. A momentos exigimos que no hagan política los políticos, que no hagan política -o desaparezcan- los partidos políticos.

Son las reacciones de la platea, como decía alguien, pues un político es el dramaturgo, actor y público a la vez, por eso utiliza la propaganda y pone su nombre en los carteles. Pero ellos deben darse cuenta que el ser hábiles no les exime de ser éticos, justos y patriotas, que en veces es saber renunciar a justas ambiciones.

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