ESTADO UNITARIO Y SOBERANO, O TERRITORIO COMANCHE

Nuestro país se ha constituido como un país soberano regido por leyes y normas democráticas que circunscriben a todas sus regiones geográficas y al componente étnico de su población, donde todos son regidos con iguales derechos y obligaciones buscando siempre la equidad y la justicia.

Ese ha sido el espíritu de las cartas constitucionales desde la fundación de la República en el escabroso camino social, político y económico de su existencia. Los ideales que la han promovido han sido altos, lamentablemente, como en todo el mundo, ha sido, puntualmente las clases políticas las que han frustrado los sagrados anhelos y derechos de su población.

Y en este tránsito histórico, se han sucedido cambios y revueltas sustentadas en la banalidad de las promesas de campaña, en la feria de falsas propuestas que han tenido su culmen trágico en los diez años de la revolución ciudadana que han conducido al Ecuador a la situación actual.

Lo grave es que las consecuencias del gobierno corrupto, ha devaluado el concepto de poder y autoridad, a tal punto que, cualquier pelafustán pretende ser el árbitro del bien y la moral, de la democracia y los derechos ciudadanos.

El Ecuador actual está asombrado de la aparición de resentimientos centenarios, donde vociferantes líderes surgidos de la selva, del páramo o la manigua, lanza en ristre, invaden la capital de la nación y la someten a la vorágine de la barbarie y destrucción.

El alto concepto de los derechos humanos y del celemín multiétnico ecuatoriano, es el escudo falas de los desorbitados caciques en sus sueños de ayahuasca. Imaginémonos a nuestra patria convertida en el coto de caza y pesca de los nuevos Atilas americanos, a los que hay que pedir permiso para transitar en su “territorio comanche”.

Nuestro país se ha constituido como un país soberano regido por leyes y normas democráticas que circunscriben a todas sus regiones geográficas y al componente étnico de su población, donde todos son regidos con iguales derechos y obligaciones buscando siempre la equidad y la justicia.

Ese ha sido el espíritu de las cartas constitucionales desde la fundación de la República en el escabroso camino social, político y económico de su existencia. Los ideales que la han promovido han sido altos, lamentablemente, como en todo el mundo, ha sido, puntualmente las clases políticas las que han frustrado los sagrados anhelos y derechos de su población.

Y en este tránsito histórico, se han sucedido cambios y revueltas sustentadas en la banalidad de las promesas de campaña, en la feria de falsas propuestas que han tenido su culmen trágico en los diez años de la revolución ciudadana que han conducido al Ecuador a la situación actual.

Lo grave es que las consecuencias del gobierno corrupto, ha devaluado el concepto de poder y autoridad, a tal punto que, cualquier pelafustán pretende ser el árbitro del bien y la moral, de la democracia y los derechos ciudadanos.

El Ecuador actual está asombrado de la aparición de resentimientos centenarios, donde vociferantes líderes surgidos de la selva, del páramo o la manigua, lanza en ristre, invaden la capital de la nación y la someten a la vorágine de la barbarie y destrucción.

El alto concepto de los derechos humanos y del celemín multiétnico ecuatoriano, es el escudo falas de los desorbitados caciques en sus sueños de ayahuasca. Imaginémonos a nuestra patria convertida en el coto de caza y pesca de los nuevos Atilas americanos, a los que hay que pedir permiso para transitar en su “territorio comanche”.

Nuestro país se ha constituido como un país soberano regido por leyes y normas democráticas que circunscriben a todas sus regiones geográficas y al componente étnico de su población, donde todos son regidos con iguales derechos y obligaciones buscando siempre la equidad y la justicia.

Ese ha sido el espíritu de las cartas constitucionales desde la fundación de la República en el escabroso camino social, político y económico de su existencia. Los ideales que la han promovido han sido altos, lamentablemente, como en todo el mundo, ha sido, puntualmente las clases políticas las que han frustrado los sagrados anhelos y derechos de su población.

Y en este tránsito histórico, se han sucedido cambios y revueltas sustentadas en la banalidad de las promesas de campaña, en la feria de falsas propuestas que han tenido su culmen trágico en los diez años de la revolución ciudadana que han conducido al Ecuador a la situación actual.

Lo grave es que las consecuencias del gobierno corrupto, ha devaluado el concepto de poder y autoridad, a tal punto que, cualquier pelafustán pretende ser el árbitro del bien y la moral, de la democracia y los derechos ciudadanos.

El Ecuador actual está asombrado de la aparición de resentimientos centenarios, donde vociferantes líderes surgidos de la selva, del páramo o la manigua, lanza en ristre, invaden la capital de la nación y la someten a la vorágine de la barbarie y destrucción.

El alto concepto de los derechos humanos y del celemín multiétnico ecuatoriano, es el escudo falas de los desorbitados caciques en sus sueños de ayahuasca. Imaginémonos a nuestra patria convertida en el coto de caza y pesca de los nuevos Atilas americanos, a los que hay que pedir permiso para transitar en su “territorio comanche”.

Nuestro país se ha constituido como un país soberano regido por leyes y normas democráticas que circunscriben a todas sus regiones geográficas y al componente étnico de su población, donde todos son regidos con iguales derechos y obligaciones buscando siempre la equidad y la justicia.

Ese ha sido el espíritu de las cartas constitucionales desde la fundación de la República en el escabroso camino social, político y económico de su existencia. Los ideales que la han promovido han sido altos, lamentablemente, como en todo el mundo, ha sido, puntualmente las clases políticas las que han frustrado los sagrados anhelos y derechos de su población.

Y en este tránsito histórico, se han sucedido cambios y revueltas sustentadas en la banalidad de las promesas de campaña, en la feria de falsas propuestas que han tenido su culmen trágico en los diez años de la revolución ciudadana que han conducido al Ecuador a la situación actual.

Lo grave es que las consecuencias del gobierno corrupto, ha devaluado el concepto de poder y autoridad, a tal punto que, cualquier pelafustán pretende ser el árbitro del bien y la moral, de la democracia y los derechos ciudadanos.

El Ecuador actual está asombrado de la aparición de resentimientos centenarios, donde vociferantes líderes surgidos de la selva, del páramo o la manigua, lanza en ristre, invaden la capital de la nación y la someten a la vorágine de la barbarie y destrucción.

El alto concepto de los derechos humanos y del celemín multiétnico ecuatoriano, es el escudo falas de los desorbitados caciques en sus sueños de ayahuasca. Imaginémonos a nuestra patria convertida en el coto de caza y pesca de los nuevos Atilas americanos, a los que hay que pedir permiso para transitar en su “territorio comanche”.