El teatro Popular de Ibarra

Germánico Solis

Voy a referirme a esa edificación que por décadas fue el escenario donde se proyectaban las mejores películas del mundo. Ese teatro construido para albergar esos armatostes utilizados para proyectar las maravillas del séptimo arte. Quiero recordar la taquilla con verja de hierro, donde atendía una enigmática señorita y entregaba los boletos.

La edificación misma estuvo construida para que sirviera de teatro, allí se presentaron dramatizaciones escolares, y también prestigiosos grupos de música que hacían periplo en Ibarra o que fueron contratados para presentarse allí. Las instalaciones del teatro para ese entonces eran ideales, no había salas apropiadas como los coliseos.

La gente muchas veces hizo columna para poder comparar los boletos e ingresar a los espectáculos ofertados. En muchas épocas la taquilla estaba asegurada y eran llenos completos, así en época de semana santa, las películas obligatorias los Diez Mandamientos o la Pasión de Cristo.

Había una antesala en el del Teatro Popular de Ibarra, espacio común en las salas de cine, allí se colgaban carteles de películas próximas a exhibirse. Aprendimos allí los nombres de actores y artistas que luego eran familiares, parte de nuestro lenguaje y acervo.

La sala misma estaba dividida en dos locaciones, luneta y galería. La luneta lugar con butacas numeradas donde accedieran las personas que tenían recursos, la galería en cambio, era un lugar con gradas de madera y que eran utilizadas como asientos.

Lo acostumbrado era ingresar un tiempo antes de la hora acordada para la matiné o las exhibiciones por la noche. Al frente un gran telón blanco y cortinas para correrlas en caso de la presentación de músicos o de las compañías de teatro. Era muy familiar previo a la proyección, el ambientar la sala con música instrumental que los que éramos asiduos asistentes sabíamos de memoria.

Con frecuencia en lo mejor de la proyección se cortaba el celuloide, causando inconformidad que en no pocas veces obligaba a gritar ofensas. Ir al cine era un rito, nos conocíamos mucha gente. Lo importante nos humanizamos, aprendimos historias, las cintas siempre fueron motivo de comentarios por mucho tiempo.

Germánico Solis

Voy a referirme a esa edificación que por décadas fue el escenario donde se proyectaban las mejores películas del mundo. Ese teatro construido para albergar esos armatostes utilizados para proyectar las maravillas del séptimo arte. Quiero recordar la taquilla con verja de hierro, donde atendía una enigmática señorita y entregaba los boletos.

La edificación misma estuvo construida para que sirviera de teatro, allí se presentaron dramatizaciones escolares, y también prestigiosos grupos de música que hacían periplo en Ibarra o que fueron contratados para presentarse allí. Las instalaciones del teatro para ese entonces eran ideales, no había salas apropiadas como los coliseos.

La gente muchas veces hizo columna para poder comparar los boletos e ingresar a los espectáculos ofertados. En muchas épocas la taquilla estaba asegurada y eran llenos completos, así en época de semana santa, las películas obligatorias los Diez Mandamientos o la Pasión de Cristo.

Había una antesala en el del Teatro Popular de Ibarra, espacio común en las salas de cine, allí se colgaban carteles de películas próximas a exhibirse. Aprendimos allí los nombres de actores y artistas que luego eran familiares, parte de nuestro lenguaje y acervo.

La sala misma estaba dividida en dos locaciones, luneta y galería. La luneta lugar con butacas numeradas donde accedieran las personas que tenían recursos, la galería en cambio, era un lugar con gradas de madera y que eran utilizadas como asientos.

Lo acostumbrado era ingresar un tiempo antes de la hora acordada para la matiné o las exhibiciones por la noche. Al frente un gran telón blanco y cortinas para correrlas en caso de la presentación de músicos o de las compañías de teatro. Era muy familiar previo a la proyección, el ambientar la sala con música instrumental que los que éramos asiduos asistentes sabíamos de memoria.

Con frecuencia en lo mejor de la proyección se cortaba el celuloide, causando inconformidad que en no pocas veces obligaba a gritar ofensas. Ir al cine era un rito, nos conocíamos mucha gente. Lo importante nos humanizamos, aprendimos historias, las cintas siempre fueron motivo de comentarios por mucho tiempo.

Germánico Solis

Voy a referirme a esa edificación que por décadas fue el escenario donde se proyectaban las mejores películas del mundo. Ese teatro construido para albergar esos armatostes utilizados para proyectar las maravillas del séptimo arte. Quiero recordar la taquilla con verja de hierro, donde atendía una enigmática señorita y entregaba los boletos.

La edificación misma estuvo construida para que sirviera de teatro, allí se presentaron dramatizaciones escolares, y también prestigiosos grupos de música que hacían periplo en Ibarra o que fueron contratados para presentarse allí. Las instalaciones del teatro para ese entonces eran ideales, no había salas apropiadas como los coliseos.

La gente muchas veces hizo columna para poder comparar los boletos e ingresar a los espectáculos ofertados. En muchas épocas la taquilla estaba asegurada y eran llenos completos, así en época de semana santa, las películas obligatorias los Diez Mandamientos o la Pasión de Cristo.

Había una antesala en el del Teatro Popular de Ibarra, espacio común en las salas de cine, allí se colgaban carteles de películas próximas a exhibirse. Aprendimos allí los nombres de actores y artistas que luego eran familiares, parte de nuestro lenguaje y acervo.

La sala misma estaba dividida en dos locaciones, luneta y galería. La luneta lugar con butacas numeradas donde accedieran las personas que tenían recursos, la galería en cambio, era un lugar con gradas de madera y que eran utilizadas como asientos.

Lo acostumbrado era ingresar un tiempo antes de la hora acordada para la matiné o las exhibiciones por la noche. Al frente un gran telón blanco y cortinas para correrlas en caso de la presentación de músicos o de las compañías de teatro. Era muy familiar previo a la proyección, el ambientar la sala con música instrumental que los que éramos asiduos asistentes sabíamos de memoria.

Con frecuencia en lo mejor de la proyección se cortaba el celuloide, causando inconformidad que en no pocas veces obligaba a gritar ofensas. Ir al cine era un rito, nos conocíamos mucha gente. Lo importante nos humanizamos, aprendimos historias, las cintas siempre fueron motivo de comentarios por mucho tiempo.

Germánico Solis

Voy a referirme a esa edificación que por décadas fue el escenario donde se proyectaban las mejores películas del mundo. Ese teatro construido para albergar esos armatostes utilizados para proyectar las maravillas del séptimo arte. Quiero recordar la taquilla con verja de hierro, donde atendía una enigmática señorita y entregaba los boletos.

La edificación misma estuvo construida para que sirviera de teatro, allí se presentaron dramatizaciones escolares, y también prestigiosos grupos de música que hacían periplo en Ibarra o que fueron contratados para presentarse allí. Las instalaciones del teatro para ese entonces eran ideales, no había salas apropiadas como los coliseos.

La gente muchas veces hizo columna para poder comparar los boletos e ingresar a los espectáculos ofertados. En muchas épocas la taquilla estaba asegurada y eran llenos completos, así en época de semana santa, las películas obligatorias los Diez Mandamientos o la Pasión de Cristo.

Había una antesala en el del Teatro Popular de Ibarra, espacio común en las salas de cine, allí se colgaban carteles de películas próximas a exhibirse. Aprendimos allí los nombres de actores y artistas que luego eran familiares, parte de nuestro lenguaje y acervo.

La sala misma estaba dividida en dos locaciones, luneta y galería. La luneta lugar con butacas numeradas donde accedieran las personas que tenían recursos, la galería en cambio, era un lugar con gradas de madera y que eran utilizadas como asientos.

Lo acostumbrado era ingresar un tiempo antes de la hora acordada para la matiné o las exhibiciones por la noche. Al frente un gran telón blanco y cortinas para correrlas en caso de la presentación de músicos o de las compañías de teatro. Era muy familiar previo a la proyección, el ambientar la sala con música instrumental que los que éramos asiduos asistentes sabíamos de memoria.

Con frecuencia en lo mejor de la proyección se cortaba el celuloide, causando inconformidad que en no pocas veces obligaba a gritar ofensas. Ir al cine era un rito, nos conocíamos mucha gente. Lo importante nos humanizamos, aprendimos historias, las cintas siempre fueron motivo de comentarios por mucho tiempo.