Las mafias se autoprotegen

Patricio Valdivieso Espinosa

Las mafias antes tenían un arsenal armado para protegerse del control del Estado, ahora controlan el Estado para protegerse de los ciudadanos, incluso hacen hasta lo imposible por gobernarlos; gastan millonarias sumas de dinero en campaña, ocultando su procedencia, aunque con el tiempo, se determina el objetivo de la seudo donación, salida de su caudalosa riqueza. En los tiempos actuales se han modernizado sustancialmente, ya no usan armas de fuego de alto calibre, mejoraron su estrategia, teniendo hasta ahora los resultados deseados: se protegen con jueces de alto nivel, son dueños de varios asambleístas y usurpan los órganos de control.

Armaron un plan, típico de la delincuencia organizada, con un espíritu de cuerpo casi invulnerable; y, fueron acoplando cada entidad del Estado para resguardarse en caso de ser descubiertos. A más de ubicar en las instituciones súbditos de su confianza, acoplaron las leyes para perseguir a sus críticos y detractores, así: en contra de la prensa libre e independiente, crearon el linchamiento mediático, persiguiendo a los comunicadores, sancionando y amenazando con cerrar los medios si no guardan fila; contra la decencia de ciertos jueces, crearon el error inexcusable, destituyendo a quienes no obedecen, e infundiendo temor en quienes cuidan sus puestos.

Las mafias para auto protegerse, se adueñan del órgano parlamentario, comprando escaños legislativos y ubicando asambleístas, de esa forma crean leyes a la carta y los hacen aplastar botones aprobando barbaridades. También se involucran en las grandes obras, donde predomina el sobreprecio, el caudaloso lleve, provocando un contraste mediático: hacen que sus seguidores defiendan a ultranza las “obras emblemáticas”, y que confronten las críticas, que nacen contra el saqueo de las arcas fiscales.

Las mafias terminan siendo grandes y poderosos embaucadores, logrando en algunos casos confundirse entre la multitud, de ahí que, es común ver pasar por la calle a sus capos como anfitriones, a sus empleados como legisladores y a sus títeres como gobernantes; utilizando, además, ese malicioso magnetismo del poder, a través de dádivas y migajas, simulando ser buenas gentes, caritativos y hasta carismáticos. Lo que no es admisible, es que, como sociedad, sigamos tan parcos y aceptemos una convivencia con la delincuencia organizada, como si nada pasara, a sabiendas que han terminado prostituyendo gran parte de nuestra sociedad. (O)

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