El falso emperador

Hever Sánchez M.

Un reino que vivía en el engaño y la oscuridad, un reino que le habían convencido de que era el paraíso, que todo era bueno, que se manejaba de una forma transparente y que el bien común estaba cerca de llegar por la buena administración del falso emperador.

Como en las historias de ciencia ficción, se había construido obras faraónicas: carreteras, puentes, colegios, hospitales, hidroeléctricas, edificios, se habían creado secretarías de la felicidad y de la aeronáutica y muchas obras más; lo que no sabían los habitantes del pequeño reino es que todas esas obras se habían gestado a precios incalculables, obras que bien pudieron haber sido de oro; construcciones que no se hicieron por amor al reino sino por amor a los porcentajes.

Los más viejos del reino contaban a los más jóvenes que el falso emperador era quien más dinero había tenido pero que entre coimas, sobornos y sobreprecios por sus “obras y caprichos” se lo había festinado y como si esto fuera poco se había endeudado con un lejano imperio en más de 50.000 millones de una moneda extraña.

Los ancianos contaban también horribles historias de ese falso emperador. Que durante su reinado se ocultaban crímenes horrendos contra niños inocentes, únicamente para mantener una buena imagen de su engañado imperio. Que el falso emperador tenía una veintena de lacayos que atontados por el dinero, le entregaron todo el poder dando rienda suelta a sus voraces ambiciones y sus delirios de grandeza.

En definitiva, el falso emperador era en el reino el dueño, el señor, el cacique, el semidiós, el jefe, el capataz, el adalid, el jerarca, el patrón, el amo, etc. Todo en una misma persona. A él pertenecían las cortes, las asambleas, los tribunales, los ministerios; los cuerpos y las vidas de sus súbditos.

Un día alguien de sus lacayos le alertó de que ya nadie le creía porque habían despertado de su letargo; que lo mejor sería marcharse para siempre y así lo hizo; pero como su ego no le permitía vivir, en sus devaneos creía que en el pequeño imperio aún lo reclamaban y lo esperaban. Nada de eso ocurría en realidad. Le esperaban sí, pero para juzgarle por las atrocidades que cometió, para que responda por los crímenes, abusos y desfalcos que arbitrariamente cometió o dejó cometer. (O)