El alcoholismo es una enfermedad

Jaime A. Guzmán R.

No todos concuerdan – o mejor- no están de acuerdo con esta aseveración o aserción.

Personalmente creo que es una enfermedad, debido a que el que la sufre no ha podido adecuar su personalidad o su organismo a una mercancía química no esencial y que induce a su hábito.

Nunca debemos olvidar que las complicaciones que se encuentran asociadas al consumo de bebidas con contenido alcohólico, entre otras, son: la violencia, las discrepancias familiares, las conductas antisociales, la depresión y ansiedad, las pérdidas de empleo e incluso los homicidios.

A pesar de su importancia, no ha recibido la atención que merece, tanto en su previsión como prevención.

Hoy en día, puede afirmarse que esta plaga, declarada como el segundo factor de riesgo de muerte tras el tabaco, ha alcanzado una fase análogamente delicada, debiéndose reclutar todo el talento científico y técnico del mundo moderno para combatirlo y prevenirlo.

Descuidar tal problemática es un craso error que puede costarnos muy caro. Nadie se halla inmune de dicho flagelo. Incluso el que un individuo jamás haya usado este tipo de droga nociva, no constituye garantía de inmunidad. Es, pues, muy importante desprendernos de las técnicas implementadas en el pasado y oxigenar las mismas. Los entendidos en la materia coinciden en tres objetivos para remediar al mal: educar con afectividad y calidez al público sobre los riesgos del alcohol, ayudar a dejar el vicio con técnicas creadoras y disuadir a los que todavía no ingieren alcohol, para que no contraigan el hábito.

Ahora, si no se cierra y clausura el pasado, ya nada podrá hacerse y tendremos que soportar- si es que lo logramos- las secuelas forzosas que trae este tipo de conducta. (O)