La ola invisible

Daniel Marquez Soares

Los seres humanos que fueron testigos del aparecimiento de la agricultura, el surgimiento de la civilización, la revolución científica o la revolución industrial no tenían conciencia del calibre y el alcance de la transformación que estaban viviendo. Los contemporáneos de los fundadores de las grandes religiones, de los padres de las ideologías o de los principales científicos no alcanzaban a apreciar el impacto que tendrían esos movimientos que echaron a andar frente a sus ojos.

Anduvieron sus vidas, como todos nosotros, concentrados en pequeñeces de su época que, aunque llamativas, resultaron secundarias e intrascendentes a largo plazo. Solemos ser sumamente incompetentes al momento de distinguir las verdaderas transformaciones que vivimos con la misma precisión con que identificamos las del pasado.

Esta hipermetropía histórica es comprensible. Nuestra existencia suele ser corta y los procesos trascendentes producen en uno o varios siglos. No son transformaciones súbitas, sino paulatinas, casi imperceptibles. Un nadador encima de una ola gigantesca verá un mar ordinario a su alrededor; solo una vez que esta se haya alejado, alcanzará a percibir la magnitud de lo que acaba atravesar.

Los estudiosos ecuánimes y desapasionados suelen señalar que uno de los peores defectos de las democracias liberales es que amplifican aún más esta tendencia cortoplacista del ser humano. Como si no bastara ya que pensemos en décadas en un mundo en el que los cambios toman siglos, nuestro sistema político nos empuja a planear en función de lustros o, incluso peor, años. Los medios de comunicación y la industria del entretenimiento, siempre a la caza de la atención del público, exacerban esto aún más. Otro tanto hace el sistema educativo, cada vez más preocupado en formar personas para lo inmediato y lo rentable más que para lo transcendente e imperecedero.

¿Cuál es el gran momento histórico que atravesamos? No hay forma de saberlo, aunque en el futuro vaya a resultar obvio. Al menos es regocijante saber que la mayoría de los temas que dominan nuestro debate público resultarán ser meras trivialidades, pérdida de tiempo.

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