‘Bartleby y compañía’: a propósito de Vila-Matas y J. R. Ribeyro

“De pronto, sentí que la búsqueda de bartlebys daba sentido a mi vida”. Enrique Vila-Matas, ‘Una vida absolutamente maravillosa’ (2011)

Anamari de Piérola*

Enrique Vila-Matas publica ‘Bartleby y compañía’ (Barcelona, Anagrama, 2000) en el año del nuevo milenio. Su obra es una novela —aunque para algunos críticos no lo es— que trasgrede los cánones de la narrativa por su particular estructura, que no sigue la tradicional tríada de introducción – nudo – desenlace, sino que gira alrededor de unas fragmentadas notas al pie de página escritas por Marcelo, el narrador, quien pide una baja de dos meses en su trabajo para escribir un diario luego de 25 de permanecer ágrafo. Inspirado en el protagonista de ‘Bartleby, el escribiente’, de Melville, compone un texto sobre los autores del No, de distintas latitudes y épocas.

Se trata de 86 anotaciones sobre autores que no llegaron a escribir nunca o que escribieron uno o dos libros y luego renunciaron a la escritura por una variopinta gama de motivos, durante un largo periodo o para siempre. Entre los autores del no se encuentra el peruano Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), autor del emblemático cuento ‘Los gallinazos sin plumas’ (1955).

¿Quiénes son los ‘bartleby’. El narrador de la singular novela de Vila-Matas, los describe en los siguientes términos:

Todos conocemos a los bartlebys, son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo. Toman su nombre del escribiente Bartleby, ese oficinista de un relato de Herman Melville que jamás ha sido visto leyendo, ni siquiera un periódico; que durante prolongados lapsos, se queda de pie mirando hacia fuera por la pálida ventana que hay tras un biombo, en dirección a un muro de ladrillo de Wall Street […] (Vila-Matas, 2000, p. 11).

Para Marcelo, los ‘bartlebys’ son personas que se aíslan para vivir en su propio mundo de soledad y negación y que suelen tener una incapacidad para escribir. En el caso de Julio Ramón Ribeyro, no fue este un escritor ágrafo, pues produjo constantemente y materiales diversos: 10 libros de cuentos (su especialidad), 3 novelas, 2 obras de teatro y 5 de otros géneros (entre ensayo, diarios, correspondencia y sin clasificación) entre 1955 y 1998. De ahí que sea un bartleby que llame la atención porque hay que hurgar para saber por qué lo es. En la nota 52, constituida apenas por dos párrafos, Marcelo nos revela un interesante rasgo de Julio Ramón Ribeyro: “—escritor peruano, walseriano en su discreción, siempre escribiendo como de puntillas para no tropezar con su pudor o no tropezar, porque nunca se sabe, con Vargas Llosa— […]” (Vila-Matas, 2000, p. 118).

Así sabemos que Ribeyro tenía una característica de ‘bartleby’: la extrema discreción, timidez, afán de no protagonismo, de perfil bajo o como se quiera denominar. Era contemporáneo de Vargas Llosa y habían compartido piso en París, pero luego tuvieron desavenencias por motivos políticos. Ribeyro no quería llamar la atención, ansiaba estar tranquilo con su escritura y menos le interesaba competir con Vargas Llosa.

Lo más interesante de la secuencia sobre Ribeyro es su teoría de que hay libros que, aunque no hayan sido escritos, existieron porque fueron imaginados por sus autores, y que esos libros pertenecen a lo que el narrador denomina “historia del NO”:

[…] albergó siempre la sospecha, que fue haciéndose convicción, de que hay una serie de libros que forman parte de la historia del NO, aunque no existan. Estos libros fantasmas, textos invisibles, serían esos que un día llaman a nuestra puerta y, cuando nosotros acudimos a recibirles, por un motivo a menudo fútil, se desvanecen; abrimos la puerta y ya no están, se han ido (Vila-Matas, 2000, p. 118).

Para Julio Ramón Ribeyro, el gran libro no ha sido escrito no porque no se le haya ocurrido sino porque no ha logrado asirlo. Ha estado al alcance de su mano, ha pasado como un flash por su mente, pero un imprevisto ha impedido que lo escriba y ha viajado a la historia de lo no escrito:

Leyendo hace poco a Cervantes —escribe Ribeyro en La tentación del fracaso—, pasó por mí un soplo que no tuve tiempo de captar (¿por qué?, alguien me interrumpió, sonó el teléfono, no sé) desgraciadamente, pues recuerdo que me sentí impulsado a comenzar algo… Luego todo se disolvió. Guardamos un libro, tal vez un gran libro, pero que en el tumulto de nuestra vida interior rara vez emerge o lo hace tan rápidamente que no tenemos tiempo de arponearlo» (Vila-Matas, 2000, p. 118).

Esa sensación la hemos tenido casi todos los que hemos querido escribir en algún momento. Se nos presenta una idea pero es tan rápida que, al querer traspasarla al papel, ya es tarde y queda un sentimiento de frustración. Es por eso que ‘bartleby’ no es solo el que se queda en silencio y no sabe qué escribir, sino también el que no alcanza a escribir el brillante relato que pasa en su mente en cuestión de instantes.

Un recurso genial que utiliza Vila-Matas en su novela es el humor, muy pertinente en un texto sin divisiones de capítulos y tan lleno de referencias cultas. Si bien, en la nota 52, probablemente por ser tan breve, no hace uso de ella, lo tenemos en muchas otras partes de la obra, como en la secuencia 62: “Esta mañana me han llegado noticias del señor Bartolín, mi jefe. Adiós a la oficina, me han despedido. / Por la tarde, he imitado a Stendhal cuando se dedicaba a leer el Código Civil para conseguir la depuración de su estilo” (Vila-Matas, 2000, p. 140).

Por un lado, hay una enorme carga de ironía en Marcelo al contarnos que lo han despedido en la mañana y en la tarde está muy campante leyendo el Código Civil. Pero, por otro, es también irónica la manera de depurar su estilo y más que constituya una imitación a un gran escritor.

Vila-Matas es lo contrario de un ‘bartleby’ en el sentido de un escritor que se queda años sin escribir; lo confirma su prolífica producción literaria. Pero no sabemos si tendrá conflictos como el de Ribeyro. O simplemente le teme a quedarse vacío de palabra en algún momento y por eso investigó acerca de los escritores que se habían quedado en ese estado.

‘Bartleby y compañía’ es una novela singular, que atrapa al lector inmediatamente a través del recurso del oficinista que quiere volver a escribir y estudia casos de escritores que se han visto en una situación similar a la suya, con una combinación de originalidad, fantasía y humor. Confiamos en que Enrique Vila-Matas no sufra el síndrome al que hace referencia en la obra y nos siga deleitando con su narrativa.

*Editora.