¿Blanco sobre negro o negro sobre blanco?

Juan Aranda Gámiz

Pensamos que los colores son homogéneos y lisos, palpables y vivos, como si todas las paletas, con sus respectivos pinceles, fuesen capaces de darle vida a un entorno apagado y sin resalte o a una figura amorfa y sin sentido.

Sin embargo, el juego está en el contraste, porque ahí todo se explica. Imagínate una pared blanca que no te transmite nada, más allá de una blancura impoluta, impensable en la trayectoria de cualquier ser humano y no celestial, en su paso por este mundo; o una pared negra que nos habla de la obscuridad, en lo más profundo de las conciencias y cuya presencia sólo explica lo absoluto de las reminiscencias más recónditas del subconsciente, en ese ser humano que sólo piensa en maltratar psicológicamente y espera el momento para atacar, manteniendo el acecho a su presa durante todo el tiempo que fuere necesario.

Y la verdad es que debiese haber un punto negro sobre blanco, dándole credibilidad a la nitidez porque presentó un error en su camino o una tacha incrédula, lo que hace más humano al recorrido.

Pero lo que transmite realmente esperanza es cuando cae una mancha blanca sobre un lienzo negro, porque denota que la vida se ha impregnado de luces y actitudes coherentes, válidas para seguir creyendo y oportunas para seguir confiando.

Póngase a mirar al infinito, en un día en el que todo sale “al revés” (coloración negruzca) y escuche la voz interior que le impulsa a luchar y sobreponerse, acepte con resignación y aproveche la oportunidad para modificar lo negativo, en positivo (esa marca blanca sobre negro) y encontrará elementos para transformar su propia realidad.

No todo es completamente negro ni terminantemente blanco, porque no somos más especiales los unos que los otros.

Siempre habrá quien coloree de negro la superficie blanca con el propósito de atraer miradas, para convencer algo más escondiendo una segunda intención o para distraer momentáneamente a quien mira atento, en el mejor de los casos. (O)