Benedicto XVI y el marxismo

Gustavo Ortiz Hidalgo

En noviembre de 2007, el Papa Benedicto XVI, máximo jerarca de la Iglesia católica de ese entonces, dio a conocer al mundo su segunda Carta Encíclica denominada “Spe salvi” (Salvados en esperanza). Sin duda, un texto enriquecedor, de obligada lectura no solo para la comunidad cristiana sino para toda la humanidad.

Es un llamado a la esperanza, pero con gran generosidad y pluralismo. No de otra manera puede calificarse la opinión de Benedicto XVI, quien reconoció que Friedrich Engels ilustró de manera sobrecogedora las terribles condiciones de vida del “proletariado industrial”; o que Karl Marx, con vigor de lenguaje y pensamiento, trató de encauzar un nuevo y definitivo paso de la historia hacia un cambio verdadero.

Quien fue el máximo jerarca de la Iglesia católica, con objetividad, reconoció el aporte marxista al pensamiento político científico; sin embargo, también estableció sus límites. Benedicto XVI señaló que la revolución rusa de 1917, liderada por Lenin, significó el triunfo de la tesis marxista, pero que también se puso de manifiesto el error fundamental de dicha doctrina. En palabras del actual Papa emérito, Marx olvidó que el hombre es siempre hombre, olvidó al hombre y su libertad, olvidó que la libertad es siempre libertad y que la solución a los problemas de la humanidad no es exclusivamente económica.

Es verdad que la sociedad necesita transformarse y que debe propenderse a un cambio estructural para redistribuir la riqueza adecuadamente, pero no se puede prescindir de la libertad del hombre. Este es el claro mensaje del humanismo cristiano a través de Benedicto XVI, para quien “el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino (…)”. (O)