El horizonte siempre está ahí

Juan Aranda Gámiz

Nos quedamos absortos mirando al infinito y ahí siempre encontraremos una línea desdibujada, donde pareciese que se encuentran cielo y tierra, a pesar de que seamos incapaces de dibujar esa impresión y delimitarla sobre un papel, pero seguirá ahí tantas veces como lancemos nuestra mirada al más allá.

En la vida tenemos momentos y etapas en las que lo único que encontramos, al despertar cada día, es un agujero negro que pensamos que nos va a deglutir y creemos que la solución a nuestras quejas, o a veces verdaderos problemas, no estará disponible para nosotros.

En cada etapa de la vida que atravesamos son diferentes las causas necesarias para transportarnos a un momento de decepción y angustia, cuya intensidad y apreciación son notablemente diferentes de la adolescencia a la madurez temprana y de esta a la senectud, porque las prioridades y las valoraciones dependerán de nuestras experiencias y aprendizajes.

Muy a pesar de todo, es importante estar seguros que la imagen que nos debe transmitir la lejanía, tan distante como inalcanzable para muchos, es que siempre habrá un horizonte y lo trascendental es seguir caminando hasta contemplarlo con mayor nitidez y, cuando creamos haber llegado, mirar a lo lejos porque allí habrá otro horizonte que espera que sigamos en pie.

Y qué es el horizonte sino esa propuesta que hacemos frente a un planteamiento y que, al lograrla, debemos mirar hacia otra propuesta porque nos hemos planteado otro camino, quizás más largo.

El éxito o el fracaso se puede medir por la capacidad que tenemos de hacernos preguntas y ser capaces de encontrar nuevos horizontes allá donde estemos, porque ese será el motor para emprender y, a partir de nuevas experiencias de caminos, ser capaces de no perder la luz que nos guíe.

El horizonte siempre debe estar ahí, pero se podrá ver cuando nos hagamos la pregunta:

– ¿Puede haber solución a mi situación actual?

Y el horizonte siempre tendrá la respuesta, porque nunca te va a fallar. (O)