El doctor Eduardo, nuestro gran amigo

Darío Granda Astudillo

Cuán difícil es descifrar en nuestra sensibilidad emocional la pena que provoca la desaparición física de una persona. Y nos llama a recordar, entonces, aquellos versos del cantautor Alberto Cortez “Cuando un amigo se va queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo.” Es que como seres humanos somos únicos, abrimos expectativas de estrecha relación con quienes simpatizamos, encontramos asidero en un recodo de su corazón con reciprocidad compartida y, quizá, sin darnos cuenta, establecemos vínculos vivenciales que motivan nuestro diario trajinar por la senda de la vida. Y, de repente el certero golpe de la muerte, nos despierta a una realidad que nos negamos a aceptar…es que el amigo se ha ido.

En todos quienes hacemos esta linda familia de Diario La Hora, algunos desvinculados por variadas razones, otros muy activos en el quehacer periodístico, causó honda consternación la muerte del Doctor Luis Eduardo Vivanco Celi, nuestro primer Gerente, y bajo cuya gestión nació este medio de comunicación, que lo encaminó por senderos de progreso durante varios años hasta su jubilación. Una penosa y traicionera enfermedad acosó de manera letal su aparente inquebrantable salud, al punto de poco a poco, cual leñador que corta un fornido roble ir talando su resistencia hasta derribarlo…No tuvimos tiempo para despedirnos y, quizá, eso sea algo que nos mortificará un buen rato.

Me resisto a generar un espacio de dolor para recordar al doctor Eduardo, como con cariño lo llamábamos. ¿Por qué? Porque él, en todos nosotros, con su amplia sonrisa, sólo sembró un espíritu altamente positivo: frente a la responsabilidad de sus funciones, supo dirigir a su equipo de trabajo, con probidad, con respeto, con generosidad. Acostumbrándonos a sus decires que causaban hilaridad y a sus bromas que nos hacían sentir más identificados con la noble causa de este medio de comunicación. Cuántas veces, sin que sea su obligación, los fines de semana, nos acompañaba a quienes hacíamos turno, hasta cerrar la edición, incluso sugiriendo algún titular para alguna noticia que pueda causar impacto.

Su espíritu siempre generoso supo testimoniarlo a través de hechos, de por sí inolvidables: los clásicos paseos anuales, en los que jamás escatimó esfuerzo ni recurso alguno, con el propósito de que todos disfrutemos de lo mejor. Desde luego, él, con su figura patriarcal, con su don de gentes, desbordaba alegría, júbilo, camaradería y amistad. Y las navidades, un espacio incomparable para la unidad de quienes hacíamos Diario La Hora. Los primeros en recibir su abrazo y su regalo eran los canillitas y sus familiares, demostrando un alto sentido de humanitarismo y lo que, realmente significa esta celebración. Más tarde, la fiesta era para nosotros. Él era el primero en compartirlo todo, en poner la nota agradable, en prender la chispa…en entregar los presentes. Su filosofía era pragmática: grupo laboral contento, grupo que entrega su contingente al máximo. Y, en esa parte, jamás se equivocó.

En la intimidad de su hogar, un espacio tan suyo y el de su familia, percibíamos la estabilidad que siempre generó: esposo responsable, padre querendón y preocupado por dar lo mejor a sus hijos y, luego, a sus nietos, con quienes compartía gratos momentos de recreación. Por tal motivo, principalmente a su respetable familia, nuestra sentida condolencia y nuestra solidaridad.

Por eso es que me resisto a generar ese espacio de dolor ante su partida, porque él era la antítesis del dolor. Parece que esa palabra no existía en su diccionario. Y queremos recordarle por siempre así al Dr. Eduardo. Como un amigo íntegro, solidario, bondadoso. Desde luego, cuesta, y mucho, el pensar que se ha ido. Su recuerdo será el mejor testimonio del aprecio que le profesamos. Ha muerto para la vida, pero vivirá por siempre en nuestra mente, en nuestro corazón. Descanse en paz.