Cultura y deporte

Félix Paladines P.

El cultivo equilibrado de la mente y el cuerpo, la mente y el cuerpo en armonía, se ha constituido en uno de los grandes ideales de las personalidades más lúcidas de la humanidad, ya desde la Grecia y la Roma clásicas: el deporte para mantener flexible y saludable el cuerpo, el arte y la cultura para mantener ágil y sano el espíritu. La conjunción perfecta para conducir al hombre hacia lo que actualmente concebimos como la sociedad del buen vivir.

El deporte como la creación literaria y artística implican disciplina, voluntad, afán de superación. Los grandes logros, tanto en el deporte como en la cultura, solamente se alcanzan con voluntad, con perseverancia, con constancia. No hay grandes marcas o altas distinciones académicas sin esfuerzo y férrea disciplina. El ocio continuo y la inactividad física, los festines sin control conducen a la obesidad y al deterioro de la calidad de vida (el cuerpo que se descuida se carga pronto de achaques y dolencias).

Por lo mismo, asoma claramente absurda la pretensión de aquellos que quieren mantener alejada la cultura del deporte (lamentablemente, cuando los prejuicios se afirman en la sociedad, estos comienzan a aceptarse y repetirse como verdades, e incluso mentes tan privilegiadas como las de Borges u Onetti -enemigos del fútbol- acaban aceptándolos. Al contrario, personalidades como Pasolini, Alberti o el premio Nobel argelino, Albert Camus, nunca ocultaron su pasión por el fútbol y el deporte en general. Camus dijo que “todo lo que había aprendido en el ámbito de la ética era gracias al fútbol que había practicado”. Fue arquero del equipo de la Universidad de Argel.

En la Grecia y la Roma antiguas, al hombre joven se lo iniciaba en el arte de pulsar la lira, en la música y la oratoria, y en la práctica de los deportes: se aspiraba así a formar hombres plenos, equilibrados física y mentalmente. A los vencedores en las olimpiadas (el nombre de estas proviene de la ciudad de Olimpia, en la que estas justas comenzaron a realizarse, cada cuatro años, ya desde el siglo VIII a. C.) no se les otorgaban, como en la actualidad, premios pecuniarios, sino que los premios eran ante todo honoríficos, de alto reconocimiento social: “Al ganador en el pentatlón, en la carrera del estadio o en las duras disciplinas de lucha o pugilismo, le quedaban reservados varios privilegios: a la victoria le seguía la fama duradera y el reconocimiento para él, su familia y su ilustre ciudad”. Además, se erigía, en honor al vencedor, una escultura y se componía un poema que exaltaba sus hazañas.

El que no entiende la necesidad del deporte y la cultura para la vida, no entiende la vida…, simplemente. La cultura y el deporte no deben considerarse como antagonistas sino como actividades complementarias para mantener el equilibrio necesario de la mente y el cuerpo y alcanzar la vida plena: hay que entender al hombre en su totalidad, hay que desarrollar todas las potencialidades del ser humano, no solo su cuerpo o su espíritu por separado. (O)