La apariencia de la forma o la forma de la apariencia

Juan Aranda Gámiz

Miramos al infinito y disfrutamos viendo la copa de los árboles que sobresale entre los edificios, queriendo alcanzar las nubes y palpar las gotas de agua que recién se evaporaron.

Y entonces vemos la forma de ramas y hojas, en punta de flecha, reflejando el sentido vertical y decidido de su crecimiento.

Si alguien nos preguntase por la apariencia del árbol le responderíamos que se asemeja a un tejado, que pretende cubrirnos y abrigarnos, pero no es la forma real que observamos, porque no siempre la apariencia de la forma es la forma aparente que captamos en ese momento.

En la vida analizamos la forma determinada del día a día, tras estudiar las circunstancias que intervienen en su génesis y desarrollo. Alguien, sin embargo, nos dirá que eso es sólo aparente y que la realidad puede ser otra, por lo que tenemos que dedicarle un tiempo prudente para visualizarlo en todos sus detalles.

A ellos habría que decirles que la apariencia de la forma no es la real, porque aunque nos imaginásemos lo peor siempre habrá una realidad que sólo se puede estudiar si nos acercamos, con respeto, a los momentos que otros atraviesan en sus vidas.

Puede haber una forma en la apariencia, la que le ponemos al descubrir un detalle en el espacio que nos rodea, como en la apariencia de dolor en la cara de un enfermo terminal, atreviéndonos a ponerle una forma y le llamamos facies hipocrática (demacrada, nariz afilada, ojos hundidos, piel grisácea y mirada anhelante).

Pero es muy distante de la apariencia que queremos dar a la forma, al interpretar los rasgos que presenta en la cara aquel enfermo terminal, porque la interpretemos como consecuencia de una deshidratación, una anemia oculta, una persona abandonada o descuidada y no atribuirla al real padecimiento que sufre.

Por tanto, creo que lo justo es ponerle forma a la apariencia y no apariencia a las formas. (O)