Marlon Tandazo Palacio
“Yo tengo un amigo, amigo de un amigo, con línea directa al cielo de tantas estrellas”, dice la letra de una popular canción del grupo Bacilos. Probablemente le habrá pasado que, asistió a un compromiso social donde no conocía sino sólo al anfitrión. ¿Cómo se sintió en ese momento?, ¿sintió la tentación de abandonar el lugar con cualquier excusa?, ¿o por el contrario estableció una rápida conversación con sus vecinos?
Este no es un tema menor, en ocasiones dependiendo de los roles que asumimos en la vida, nos vemos comprometidos a participar de reuniones a las que nos es difícil “quitar el cuerpo”, como las reuniones de trabajo, de padres de familia, de vecinos, de copropietarios, etc. Entonces dependiendo cómo manejemos nuestras habilidades sociales, será el resultado de “conectarnos” o no con esos individuos.
Todos pertenecemos a cierto tipo de “tribus” o comunidades sociales, algunas nos llegan por herencia como la familia, otras las elegimos, como el grupo con el que hacemos deporte, de excompañeros, etc. Estas relaciones que establecemos entre individuos de diferentes grupos, es lo que se denomina “capital social”.
El capital social constituye nuestra red con la que contamos en la vida cotidiana (red social), Durkheim en 1893 le llamó solidaridad social, porque esa comunidad, comparte distintos principios a los que asigna valor, es decir, sus integrantes comparten los mismos valores. El capital social aunque el término no necesariamente signifique que todas sus aristas sean positivas, porque al hablar de comunidad, podemos también referirnos a individuos que comparten actividades dedicadas al hampa, donde conviven con sus propios “valores” solidarios.
Para algunos el contexto social en el que se desarrolla la madurez de un individuo, condiciona fuertemente lo que una persona puede lograr. (O)
@marlontandazop