¿Asueto o descanso?

Juan Aranda Gámiz

Pensamos que hay que vivir para trabajar y no interrumpimos la jornada laboral ni para abrazar a los hijos o saludar a los nuestros, en un intento de sacarle el máximo provecho a nuestro esfuerzo constante.

Y cuando pretendemos caminar más lento, o dedicarle menos tiempo a pensar en los inconvenientes diarios, se nos despierta el deseo de seguir con la rutina, como si esta nos diese los elementos esenciales para vivir bien.

Es necesario interrumpirlo todo, de vez en cuando, para valorar aún más al equipo de personas que nos rodean, apoyar en la construcción de objetivos y, más aún, con el propósito de analizar los diferentes escenarios -como espectador-.

En ocasiones deseamos disfrutar unas horas o un día, o dedicarlos a quienes son parte de nuestra vida y a eso le llamamos “asueto”, para cargarnos de gasolina “buena” con el simple hecho de haber cambiado de actividad y haber recibido tanto de los nuestros, retomando las tareas con un nivel de entusiasmo diferente.

A veces, es tanta la carga de estrés que el asueto no llegará a resolver nuestras tensiones y cambios de carácter, por lo que precisamos un “descanso”, o sea, un asueto prolongado, con el fin de darnos cuenta de dónde estamos ubicados en el mundo y qué podemos seguirle ofreciendo.

No todo descanso se sigue de “relax”, porque quienes nos necesitan se alegran de nuestro esfuerzo por transformarles su existencia en un camino de oportunidades y nuestra presencia les otorga la calma de quien se siente apoyado.

Ni tampoco el asueto va seguido de una recuperación de facultades, porque es en ese periodo de tiempo cuando surgen los compromisos y las tareas “extra”, pero donde también vamos a descubrir los otros roles que la vida nos tiene asignados y que olvidamos mes a mes y día a día. (O)