Cuando no hay túnel

Juan Aranda Gámiz

A veces, sobre todo cuando las cosas no van bien, pensamos que estamos en la obscuridad de un túnel y que no vamos a ser capaces de salir de allí.

Hay momentos en que nos deprimimos y sentimos que caemos en la profundidad de un túnel, de donde las buenas intenciones, los consejos o las formas de remodelar nuestras actitudes no pueden sacarnos a corto ni a mediano plazo.

En los sueños nos sentimos presa de las dudas e incoherencias de la vida, como si estuviésemos apretados en el interior de un túnel en el que no podemos darnos una vuelta por la estrechez de las circunstancias y el ahogo que provoca seguir soñando.

Los arrebatos sin control, mucho más que la presión de las deudas, son responsables de una rara sensación de obscuridad, como si siguiésemos caminando –sin rumbo- por el interior de aquel túnel en el que siempre caemos por desmotivación o desvelo.

Y, ante la adversidad, adoptamos un pesimismo y aprendemos a verlo todo como en la noche más triste y obscura, sin luces de salida de ese otro túnel del que pensamos que no vamos a poder escapar.

Pero ¿…y si en realidad no hay túnel?

¿Y si el túnel lo construimos nosotros para albergar nuestros vacíos, con falta de realismo y propuestas para buscar el desahogo con paciencia y tolerancia, paz y argumentos?

¿Y si es que somos incapaces de dar solución a problemas cotidianos y nos refugiamos en un túnel virtual, a modo de bunker, intentando protegernos de las bombas antes que atacar al enemigo que nosotros mismos creamos?

¿Y si los túneles son tan necesarios, como experiencias, para crecer y madurar? ¿Y si los túneles surgen sólo cuando hay falta de experiencia, renuncia a luchar o incapacidad de superarse a sí mismo?

Sal del túnel por el lugar por donde entraste y no busques una salida en el túnel que tú mismo fabricas para huir de posibles soluciones. (O)