El nada aburrido oficio de genetista

ENTREVISTA. El doctor Fabricio González en el laboratorio con los estudiantes.
ENTREVISTA. El doctor Fabricio González en el laboratorio con los estudiantes.

POR: PABLO TERÁN V.

– Buenos días, doctor Fabricio González. Me interesa hacerle una entrevista sobre cómo es la vida de un genetista.

– Con mucho gusto. Solo que la vida de un genetista es aburrida.

Pero uno de los más reconocidos de los 20 genetistas que tiene este país, alguien que ayudó a formar el primer cuerpo de paramédicos, alguien que ha estudiado cómo diagnosticar la fibrosis quística de manera temprana… tiene mucho que contar.

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Diez en punto de la mañana: Facultad de Medicina de la Universidad Central. Quito. Me invita a pasar a su oficina y en mi mente aún ronda esa frase: “La vida del genetista es aburrida”.

– ¿Por qué?
– La sociedad actual es de mucho movimiento, las personas asocian la acción con todos los quehaceres humanos. Los deportistas tienen una vida muy agitada y los artistas de escenario en escenario. Pero quienes nos dedicamos a la investigación tenemos una vida más pausada. Muchas horas leyendo, estudiando y analizando en un cuarto…

(Pero él no es una persona aburrida. Su rostro siempre sonriente, su forma de charlar).

¿Qué le llevó a inclinarse por la ciencia?
– Cuando uno es niño, quiere ser astronauta. Hasta que me subí al primer vuelo, me cogió un mareo y dije: ¡hijueputa!, si aquí me mareo, ¿qué pasará en el espacio? (risas). Pero he tenido desde pequeño, la pasión por la Medicina. Mi padre practica la alternativa, acupuntura, con yerbas; es más esotérico. Yo fui voluntario de la Cruz Roja durante 10 años, desde los 13.

¿Y cómo fue aquel tiempo como voluntario?
– Todavía tengo contacto con algunos. Era de esos voluntarios que salía en las ambulancias, así como en esa serie de doctores, ‘Grey’s Anatomy’. En ese tiempo dos colegas y yo formamos el primer Servicio de Paramédicos del Ecuador, con la Cruz Roja. También creamos el servicio de ambulancias y formamos la primera promoción de paramédicos del país. Esto hace más de 20 años.

De repente, unos sórdidos golpes en la puerta interrumpen la charla. Una estudiante le alerta que está cerrada el aula donde en pocos minutos tendrá que dictar clases. Además de ser maestro de Medicina en la Universidad Central, también imparte cátedra para posgrados en la Universidad San Francisco de Quito.

¿Qué pasó luego de la Cruz Roja?
– Después, me inscribí en la Escuela de Medicina de la Central. Era frustrante, habíamos unos 2.000 estudiantes, con paralelos de 200 a 300 personas, era imposible sentarse, había que llegar temprano para ganar un puesto. ¿Usted cree que alguna vez me senté? ¡Nunca! (risas).

Y eso, quizá, hizo que dejara por un momento la ‘U’. Su espíritu aventurero lo empujó a Europa, con la Cruz Roja. Tenía pensado quedarse 15 días pero, locuras de la juventud, se hospedó más tiempo con un colega. El experto quiteño de raíces manabas tenía solo 18 años.

Después, con las ganas de descubrir, fue junto con su compañero a Estados Unidos. Y eso cambió su visión de la vida. Viajó a seis países como mochilero, luego regresó a Quito y, por supuesto, perdió el año en la ‘U’.

– Me gradué como cirujano en 1996. Entré a trabajar al Hospital Carlos Andrade Marín. Allí conocí a mi exmujer. Era la única genetista que hacía pruebas de paternidad. Hacíamos turnos de 24 a 30 horas. Empezamos a trabajar juntos y, como siempre me gustó la investigación, yo hacía esa parte, veía a los pacientes y también estaba en los laboratorios. Hicimos un buen equipo. Fue ella quien me motivó a especializarme en Genética. Nos casamos, pero no funcionó. Tuvimos una hija, que ahora tiene 13 años.

Pero como las olas se van y vienen, el amor vino nuevamente. Conoció a quien ahora ‘le roba el corazón’. Con ella tiene planes de casarse a futuro. “Ahorita, cada uno en su casita”.

Otra vez salió del país, nuevamente hacia Europa. La genética llamaba. Entró a la Universidad de Zaragoza, España, donde obtuvo, en 2002, su especialidad. Ahí mismo sacó su PhD, en 2006. Regresó al país y obtuvo otro título: Medicina Interna, en la Universidad de Guayaquil.

– El paso por Europa me dio muchas conexiones. Conocí a candidatos al Nobel, a personas brillantes. Cuando me gradué en mi doctorado, invité a mi comité de tesis a un gran experto: Ángel Carracedo.

(Pausa. María Carracedo Álvarez, también conocido como Ángel Carracedo o Anxo Carracedo, es un catedrático de Medicina Legal, investigador y experto internacional en la Real Academia Gallega de Ciencias).

– Llegó Carracedo y dije ‘se cagó, que loco que fui’. Pero me lancé. Hice un trabajo sobre genética de poblaciones. Me dieron el premio extraordinario.

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Fabricio González trabajó en el Ministerio de Salud durante el Gobierno de Rafael Correa. Presentó un proyecto para la creación de un centro de genética, consiguió un terreno, pero nada.

– Ellos nunca tuvieron el interés de desarrollar al Ecuador. Su visión era mantener el poder. Yo me pasé tres años ahí resolviendo incendios. Los problemas de salud del país no se solucionaban. El 80% de la discapacidad en Ecuador es genética, eso justificaba tener un centro nacional de genética médica. En el país la ignorancia es gigantesca. Me fui tres veces y he vuelto y siempre se me ha hecho difícil. Llegas, tratas de hacer algo, pero no es posible y es muy frustrante. Actualmente, hay cerca de 20 genetistas, pero no hay la tecnología ni las ganas de apoyar.

Eso de ‘Grey’s Anatomy’, al parecer, está muy lejos de ocurrir. “La medicina lleva en Ecuador un retraso de 20 años”, me dijo González al inicio del diálogo.

Una de sus más recientes creaciones es el ‘Diagnóstico temprano de pacientes con fibrosis quística’. También está la ‘Ecocardiografía crítica pediátrica’, para desentrañar, entre otros aspectos, la insuficiencia respiratoria en los niños. Además, realizó un estudio sobre mestizaje genético, que indica que no hay grupo étnico puro y que las mezclas son permanentes. De ahí sacó esta singular frase: “Somos como el café con leche, unos con más café y otros con más leche”.

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Recuerdo que minutos atrás me contó que en la niñez su juguete preferido eran los legos. Que le encantaba desbaratarlos y armaba escenarios. Le pregunto: ¿Y ahora, qué viene, qué quiere desarmar?

– Mi sueño es dejar un legado, el centro de genética. He escrito algunos libros, pero me falta uno, el de mis experiencias personales.

Ya se había pasado algunos minutos de la clase. Pero esto no queda ahí, tengo que salir a una investigación de campo con él. Me dice que en unos dos meses saldrá con sus alumnos a la Amazonía. Aunque ahora ya sé que no puedo llamarlo los fines de semana. “No contesto ni llamo en esos días”. (Risas).

FRASE

Soy católico, pero no pendejo. Soy espiritual, pero no sigo todos los preceptos de la iglesia, porque hay algunos que son pendejos”.