Un mártir ecuatoriano

Carlos Freile

La prensa católica internacional nos trajo esta noticia: “El Papa Francisco recibió este martes 12 de febrero al cardenal Angelo Becciu, de la Causa de los Santos, y firmó una serie de decretos. Uno permite beatificar como mártir al jesuita ecuatoriano Emilio Moscoso, asesinado por soldados liberales en 1897 en Riobamba (Ecuador)”. La casi totalidad de los católicos ecuatorianos ignora, con seguridad, que este sacerdote fue asesinado por odio a la fe en tiempos de Eloy Alfaro.

El padre Moscoso nació en Cuenca el 21 de abril de 1846, se desempeñó como profesor en varios colegios de la Compañía de Jesús hasta que en 1892 fue nombrado Rector de uno de los Colegios más antiguos del Ecuador, el San Felipe de Riobamba. Tenía fama de hombre dulce, tranquilo, de bondad y paciencia exquisitas.

El 2 de mayo de 1897 los jesuitas del colegio fueron apresados en el local del antiguo seminario, convertido en cuartel, situado frente al colegio. Algunos guardaron prisión diez días, otros fueron liberados el día siguiente, entre ellos el padre Moscoso. En la madrugada del 4 de mayo, un grupo de guerrilleros conservadores entraron al Colegio, convencidos de que estaba desocupado, para atacar desde allí al cuartel.

Fracasado el intento, se refugiaron en la capilla; las tropas alfaristas rompieron la puerta a hachazos, mataron a varias personas, combatientes y simples vecinos, destrozaron el sagrario, cometieron horrendos sacrilegios, luego pasaron al colegio; su jefe, Flavio Alfaro, gritaba: “¡Maten a todos los frailes!”. Dos de sus oficiales, extranjeros, entraron a la celda del padre Moscoso y lo asesinaron a sangre fría, luego profanaron su cadáver y lo arrastraron.

De inmediato el pueblo de Riobamba habló de martirio, pero los jesuitas y el obispo, para evitar mayores daños por parte de los liberales acallaron las voces populares. Pero el momento de la justicia ha llegado. El Ecuador católico debe ponerse de pie para preparar como es debido la fiesta de la beatificación y agradecer a Dios por tener en los altares una víctima de los enemigos de la Fe.

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