Con aire de pegamento

Juan Aranda Gámiz

Nuestra sensibilidad nos arrastra a mirar por la ventana, a girarnos si escuchamos un grito y a ir atentos por la vida, porque es un gesto humanitario estar presente para apoyar y sostener.

En esta panorámica de las actitudes humanas nos definimos como samaritanos “a ultranza” y estamos para todo y para todos, o nos transformamos en un material aislante que nos aleja de los problemas de los demás.

Y si nos adherimos a las circunstancias, hasta hacerlas propias e integrarlas en nuestra estructura de vida, afectando otras esferas de relación, da la impresión que nos rodease un aire de pegamento que suelda los problemas de los demás a nuestra piel y no los deja escapar.

Hay que encontrar las diferencias, poco apreciables a veces, entre aceptar retos y volcarse en las necesidades del otro, porque es importante preservar nuestra salud y, con la misma intensidad, velar por aquellos problemas en los que puedas aportar, sin hacerlos tan tuyos que desplacen a los propios.

Sin embargo, encontramos ejemplos dignos de imitar en Santa Teresa de Calcuta o San Francisco de Asís, o en santos que caminan entre nosotros, como la madre que se desvive cuidando la vida de un hijo con el que no puede comunicarse o la monja que dedica su vida a cuidar enfermos terminales, el familiar que pierde oportunidades por regalarle su tiempo a quien más le necesita y la abuela que intenta ser madre de acogida y tatarabuela de consejos, al unísono, sin tiempo para percatarse del temblor de sus propias manos.

Es maravilloso tener piel de pegamento, pero con aire solidario que reblandezca la unión entre dos sensibilidades, de carne y hueso, para que pueda adherirme a otro que también me necesite y que siempre quede espacio disponible para que los que más me quieren no me reclamen distanciamiento alguno por robarles un minuto de su tiempo. (O)

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