Discriminación

POR: Víctor Hugo Portocarrero

De la tierra negra enriquecida con nuestra piel, regada por la sabia roja que atravesó el continente, inundando sus ríos, sus lagos y mares; subiendo la montaña, domando la selva, virgen y deidad guardada; abriendo paso, sobre nuestra historia y otras que aún respiran y que dejan sentir, en trueno eterno de civilizaciones truncadas, el centro de la vida donde la luz nace y su resplandor ilumina; de esa tierra nací, y en silencio, reverberante nota escuché. Libertad.

Surcos musculados, cadenas rotas en pie, con el alma prendida en la mirada acompañamos tu nacimiento, te forjamos fuerte y nuestro brazo…, sable alzado que te otorgó voz soberana, devolviéndote el nombre sagrada independencia; alma de espíritu indomable, no sujeto, a quien le llamaste, Negro.

En esa identidad otorgada, intentaron perderte, borraron los relatos y sonido de tu lengua, robaron el señorío divino de tu majestad, tiñéndola de su color, pretendiendo usurpar lo que en esta tierra nunca fue suyo. Por siglos olvidaron a Olorun, nuestro ancestro eterno, de allí surgimos en periodo nuevo, asumiendo nuestra negritud, profundidad del universo donde todo tuvo su origen.

Tonadas que abren nuevos surcos, con danzantes aparentemente nuevos; folclor en lo público en su intimidad interpretan, y su sobra, deja ver el camino del Orizha.

En tanto, tiemblan rodillas, y apresuran el paso; esconden miedo en el ídolo montado, lo llaman ley, institución de una obscuridad blanca, en pretensión de lograr sumisión, discriminan. Más, Zhangó se levanta.

Dos lustros declaran en su nombre; corrupción perversa, pretenden cambiarnos, apagar el fuego; no les interesa la brasa que funde y que iguala el acero. Quieren en su delirio y ambición, asesinar a Olorun, cambiar nuestra alma, blanquear nuestros pasos en el olvido.