Politizar el crimen

Manuel Castro M.

En Latinoamérica ha surgido una nueva habilidad para no someterse a las leyes penales de los gobernantes y exgobernantes acusados con sólidas evidencias de peculado, cohecho, coimas, crimen organizado. Esta astuta nueva defensa consiste en politizar sus crímenes.

Todo lo cual causa indignación ante una justicia que no es pronta en sentenciar con firmeza, dureza y resarcimiento de daños y perjuicios a tales depredadores de los bienes públicos. Por supuesto que la justicia no es venganza, pero tampoco puede ser indiferente y, por meros formalismos, dejar de ser la dura Ley.

Al resurgimiento de la terrorista FARC se trata de darle visos políticos, con admiradores y apoyos ideológicos (Maduro y su bandas izquierdistas americanas), cuando se trata de criminales y narco delincuentes, para lo cual no se necesitan pruebas sino solo prestar atención a sus proclamas subversivas.

Así se logra que se olviden del hambre, dolor y opresión en Venezuela. Se olviden de los crímenes de Ortega en Nicaragua, reconocidos al fin por la señora Bachelet. Se olvide el fraude en potencia de Evo en Bolivia. Y se olviden y se perdonen los crímenes económicos de los Kirchner en Argentina, porque sus autores son políticos con posibilidades de triunfo.

A fin de no llenar las cárceles con los de los gobernantes abortados por el socialismo del siglo XXI, populismo que no ha muerto y está “insoportablemente vivo” como dice Esperanza Casullo, es innegable que se ha formado un enemigo de las democracias que es necesario identificar, que cumple con la afirmación de Baroja de que “La política es un sucio juego de compadres”.

Tal enemigo lo conforman Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, no sus pueblos sino sus gobernantes, que no son otra cosa que gerentes totalitarios, que además quieren extender sus garras en otros países de América Latina, entre los cuales está el Ecuador, provisionalmente libre del correísmo. Es hora de no caer en esas trampas y debates politiqueros, y recordar como dice Alexis Carrel que las cárceles están llenas de limitados mentales, pues “los criminales inteligentes están en las calles”, impunes.

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