Ni es todo, ni es loco

El filósofo francés Guy Debord se refirió al tipo de vida que mundialmente estamos viviendo como “la sociedad del espectáculo”. Aunque no es algo nuevo, pues los seres humanos siempre han buscado una existencia de emociones fáciles, que le permitan avanzar “sin problemas” por la vida (los romanos hablaban de dar a la masa pan y circo para entretenerla de los asuntos serios).

La globalización de las comunicaciones y la influencia del mercado fácil para crear necesidades ficticias han estimulado en mucho el surgimiento de este tipo de sociedad. En ella los valores y la vida esencial no son tan importantes como las banalidades que llenan a muchas personas de ciertas sensaciones placenteras y de una emotividad superficial e intrascendente. Ahora este elemento de lo espectacular ha subido hasta la silla presidencial y se vuelve forma de hacer política.

La cabeza más visible es Donald Trump. No es casual que se haya ocupado mucho tiempo en hacer shows televisivos. Solo que ahora los ha trasladado a la oficina más importante de la nación más poderosa del mundo. El twitter se ha convertido en su forma de movilizar el mundo. Anuncia sus decisiones y planes a través del mismo. Lo mismo destituye a un miembro de su gabinete que notifica una medida coercitiva y hasta una posible guerra por ahí.

De momento está al llevarse a las manos con el presidente de Corea, para luego declararlo un caballero y su amigo. Parece que está de puntas con Rusia y luego abraza a Putin. Le sube aranceles a China, se mete con México, hace por comprar a Groenlandia y luego ante la negativa decide intercambiarla por Puerto Rico y así va pisando los pies a medio mundo.

Se equivocan los que lo consideran un tonto o un loco. Eso mismo se pensó de Mussolini, Hitler o Stalin. Solo son personas de una inteligencia especial para desatar su egotismo y su megalomanía. Es lamentable que en los Estados Unidos haya personas que le hayan posibilitado el triunfo y, hasta donde parece, la repetición de su espectacular mandato.

[email protected]

El filósofo francés Guy Debord se refirió al tipo de vida que mundialmente estamos viviendo como “la sociedad del espectáculo”. Aunque no es algo nuevo, pues los seres humanos siempre han buscado una existencia de emociones fáciles, que le permitan avanzar “sin problemas” por la vida (los romanos hablaban de dar a la masa pan y circo para entretenerla de los asuntos serios).

La globalización de las comunicaciones y la influencia del mercado fácil para crear necesidades ficticias han estimulado en mucho el surgimiento de este tipo de sociedad. En ella los valores y la vida esencial no son tan importantes como las banalidades que llenan a muchas personas de ciertas sensaciones placenteras y de una emotividad superficial e intrascendente. Ahora este elemento de lo espectacular ha subido hasta la silla presidencial y se vuelve forma de hacer política.

La cabeza más visible es Donald Trump. No es casual que se haya ocupado mucho tiempo en hacer shows televisivos. Solo que ahora los ha trasladado a la oficina más importante de la nación más poderosa del mundo. El twitter se ha convertido en su forma de movilizar el mundo. Anuncia sus decisiones y planes a través del mismo. Lo mismo destituye a un miembro de su gabinete que notifica una medida coercitiva y hasta una posible guerra por ahí.

De momento está al llevarse a las manos con el presidente de Corea, para luego declararlo un caballero y su amigo. Parece que está de puntas con Rusia y luego abraza a Putin. Le sube aranceles a China, se mete con México, hace por comprar a Groenlandia y luego ante la negativa decide intercambiarla por Puerto Rico y así va pisando los pies a medio mundo.

Se equivocan los que lo consideran un tonto o un loco. Eso mismo se pensó de Mussolini, Hitler o Stalin. Solo son personas de una inteligencia especial para desatar su egotismo y su megalomanía. Es lamentable que en los Estados Unidos haya personas que le hayan posibilitado el triunfo y, hasta donde parece, la repetición de su espectacular mandato.

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El filósofo francés Guy Debord se refirió al tipo de vida que mundialmente estamos viviendo como “la sociedad del espectáculo”. Aunque no es algo nuevo, pues los seres humanos siempre han buscado una existencia de emociones fáciles, que le permitan avanzar “sin problemas” por la vida (los romanos hablaban de dar a la masa pan y circo para entretenerla de los asuntos serios).

La globalización de las comunicaciones y la influencia del mercado fácil para crear necesidades ficticias han estimulado en mucho el surgimiento de este tipo de sociedad. En ella los valores y la vida esencial no son tan importantes como las banalidades que llenan a muchas personas de ciertas sensaciones placenteras y de una emotividad superficial e intrascendente. Ahora este elemento de lo espectacular ha subido hasta la silla presidencial y se vuelve forma de hacer política.

La cabeza más visible es Donald Trump. No es casual que se haya ocupado mucho tiempo en hacer shows televisivos. Solo que ahora los ha trasladado a la oficina más importante de la nación más poderosa del mundo. El twitter se ha convertido en su forma de movilizar el mundo. Anuncia sus decisiones y planes a través del mismo. Lo mismo destituye a un miembro de su gabinete que notifica una medida coercitiva y hasta una posible guerra por ahí.

De momento está al llevarse a las manos con el presidente de Corea, para luego declararlo un caballero y su amigo. Parece que está de puntas con Rusia y luego abraza a Putin. Le sube aranceles a China, se mete con México, hace por comprar a Groenlandia y luego ante la negativa decide intercambiarla por Puerto Rico y así va pisando los pies a medio mundo.

Se equivocan los que lo consideran un tonto o un loco. Eso mismo se pensó de Mussolini, Hitler o Stalin. Solo son personas de una inteligencia especial para desatar su egotismo y su megalomanía. Es lamentable que en los Estados Unidos haya personas que le hayan posibilitado el triunfo y, hasta donde parece, la repetición de su espectacular mandato.

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El filósofo francés Guy Debord se refirió al tipo de vida que mundialmente estamos viviendo como “la sociedad del espectáculo”. Aunque no es algo nuevo, pues los seres humanos siempre han buscado una existencia de emociones fáciles, que le permitan avanzar “sin problemas” por la vida (los romanos hablaban de dar a la masa pan y circo para entretenerla de los asuntos serios).

La globalización de las comunicaciones y la influencia del mercado fácil para crear necesidades ficticias han estimulado en mucho el surgimiento de este tipo de sociedad. En ella los valores y la vida esencial no son tan importantes como las banalidades que llenan a muchas personas de ciertas sensaciones placenteras y de una emotividad superficial e intrascendente. Ahora este elemento de lo espectacular ha subido hasta la silla presidencial y se vuelve forma de hacer política.

La cabeza más visible es Donald Trump. No es casual que se haya ocupado mucho tiempo en hacer shows televisivos. Solo que ahora los ha trasladado a la oficina más importante de la nación más poderosa del mundo. El twitter se ha convertido en su forma de movilizar el mundo. Anuncia sus decisiones y planes a través del mismo. Lo mismo destituye a un miembro de su gabinete que notifica una medida coercitiva y hasta una posible guerra por ahí.

De momento está al llevarse a las manos con el presidente de Corea, para luego declararlo un caballero y su amigo. Parece que está de puntas con Rusia y luego abraza a Putin. Le sube aranceles a China, se mete con México, hace por comprar a Groenlandia y luego ante la negativa decide intercambiarla por Puerto Rico y así va pisando los pies a medio mundo.

Se equivocan los que lo consideran un tonto o un loco. Eso mismo se pensó de Mussolini, Hitler o Stalin. Solo son personas de una inteligencia especial para desatar su egotismo y su megalomanía. Es lamentable que en los Estados Unidos haya personas que le hayan posibilitado el triunfo y, hasta donde parece, la repetición de su espectacular mandato.

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