Atrapados en la red

Pablo Vivanco Ordóñez

La universidad ha sido sometida a las leyes del mercado, y el conocimiento queda entonces supeditado a las leyes de la oferta y la demanda. En esa lógica, por ejemplo, ya nadie querría estudiar filosofía, porque sus padres le increparían la mala decisión, y seguramente estará condenado al hambre después de sus cuatro delirantes, angustiantes y reflexivos años.

Hay una condena pública y manifiesta al pensamiento, a la educación, a la formación intelectual de la gente. No es menester señalar al gobierno, ni al Estado, hay que desentrañar una lógica mundial de esa condena, hay un poder, y no es invisible. En el capitalismo la dominación, la explotación y el despojo se hacen normales, se justifica.

El conocimiento mercantilizado no sirve sino para los intereses que lo requieren, por tanto, vayan jóvenes a la universidad a buscar un futuro –rentable- para su existencia. Y vaya que hoy debe ser rentable: sus padres quizá no alcancen los beneficios de la seguridad social, sus descendientes quizá no conozcan la educación pública, y los años de vejez quizá los condenen a seguir trabajando para poder medicar sus dolencias.

Cuando sobrevuela en el ambiente el pesimismo de lo descrito, la propaganda que circula les devuelve la sonrisa, y les hace pensar a los futuros universitarios que la vida rentable es la vida únicamente vivible, y que para conseguirla seguramente están las carreras que te prometen no ser un profesional, sino un ser humano autosuficiente y responsable de ti mismo: afuera puede caerse el mundo. Pero, ¿alguien puede ser autosuficiente en medio del desastre? ¿Alguien puede vivir sin los otros, cuando la estructura social se va cayendo? ¿Barrios sin gente, ciudades de motores, bosques de concreto?

La educación básica y media debe vacunar a los niños y niñas de esas ideas monolíticas que asumen al éxito con la comodidad, la satisfacción y el lujo. Cuidado: no vaya a ser que sigamos reproduciendo generaciones con índices elevados de frustración solo porque no sirve el internet en casa. (O)

[email protected]

Pablo Vivanco Ordóñez

La universidad ha sido sometida a las leyes del mercado, y el conocimiento queda entonces supeditado a las leyes de la oferta y la demanda. En esa lógica, por ejemplo, ya nadie querría estudiar filosofía, porque sus padres le increparían la mala decisión, y seguramente estará condenado al hambre después de sus cuatro delirantes, angustiantes y reflexivos años.

Hay una condena pública y manifiesta al pensamiento, a la educación, a la formación intelectual de la gente. No es menester señalar al gobierno, ni al Estado, hay que desentrañar una lógica mundial de esa condena, hay un poder, y no es invisible. En el capitalismo la dominación, la explotación y el despojo se hacen normales, se justifica.

El conocimiento mercantilizado no sirve sino para los intereses que lo requieren, por tanto, vayan jóvenes a la universidad a buscar un futuro –rentable- para su existencia. Y vaya que hoy debe ser rentable: sus padres quizá no alcancen los beneficios de la seguridad social, sus descendientes quizá no conozcan la educación pública, y los años de vejez quizá los condenen a seguir trabajando para poder medicar sus dolencias.

Cuando sobrevuela en el ambiente el pesimismo de lo descrito, la propaganda que circula les devuelve la sonrisa, y les hace pensar a los futuros universitarios que la vida rentable es la vida únicamente vivible, y que para conseguirla seguramente están las carreras que te prometen no ser un profesional, sino un ser humano autosuficiente y responsable de ti mismo: afuera puede caerse el mundo. Pero, ¿alguien puede ser autosuficiente en medio del desastre? ¿Alguien puede vivir sin los otros, cuando la estructura social se va cayendo? ¿Barrios sin gente, ciudades de motores, bosques de concreto?

La educación básica y media debe vacunar a los niños y niñas de esas ideas monolíticas que asumen al éxito con la comodidad, la satisfacción y el lujo. Cuidado: no vaya a ser que sigamos reproduciendo generaciones con índices elevados de frustración solo porque no sirve el internet en casa. (O)

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Pablo Vivanco Ordóñez

La universidad ha sido sometida a las leyes del mercado, y el conocimiento queda entonces supeditado a las leyes de la oferta y la demanda. En esa lógica, por ejemplo, ya nadie querría estudiar filosofía, porque sus padres le increparían la mala decisión, y seguramente estará condenado al hambre después de sus cuatro delirantes, angustiantes y reflexivos años.

Hay una condena pública y manifiesta al pensamiento, a la educación, a la formación intelectual de la gente. No es menester señalar al gobierno, ni al Estado, hay que desentrañar una lógica mundial de esa condena, hay un poder, y no es invisible. En el capitalismo la dominación, la explotación y el despojo se hacen normales, se justifica.

El conocimiento mercantilizado no sirve sino para los intereses que lo requieren, por tanto, vayan jóvenes a la universidad a buscar un futuro –rentable- para su existencia. Y vaya que hoy debe ser rentable: sus padres quizá no alcancen los beneficios de la seguridad social, sus descendientes quizá no conozcan la educación pública, y los años de vejez quizá los condenen a seguir trabajando para poder medicar sus dolencias.

Cuando sobrevuela en el ambiente el pesimismo de lo descrito, la propaganda que circula les devuelve la sonrisa, y les hace pensar a los futuros universitarios que la vida rentable es la vida únicamente vivible, y que para conseguirla seguramente están las carreras que te prometen no ser un profesional, sino un ser humano autosuficiente y responsable de ti mismo: afuera puede caerse el mundo. Pero, ¿alguien puede ser autosuficiente en medio del desastre? ¿Alguien puede vivir sin los otros, cuando la estructura social se va cayendo? ¿Barrios sin gente, ciudades de motores, bosques de concreto?

La educación básica y media debe vacunar a los niños y niñas de esas ideas monolíticas que asumen al éxito con la comodidad, la satisfacción y el lujo. Cuidado: no vaya a ser que sigamos reproduciendo generaciones con índices elevados de frustración solo porque no sirve el internet en casa. (O)

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Pablo Vivanco Ordóñez

La universidad ha sido sometida a las leyes del mercado, y el conocimiento queda entonces supeditado a las leyes de la oferta y la demanda. En esa lógica, por ejemplo, ya nadie querría estudiar filosofía, porque sus padres le increparían la mala decisión, y seguramente estará condenado al hambre después de sus cuatro delirantes, angustiantes y reflexivos años.

Hay una condena pública y manifiesta al pensamiento, a la educación, a la formación intelectual de la gente. No es menester señalar al gobierno, ni al Estado, hay que desentrañar una lógica mundial de esa condena, hay un poder, y no es invisible. En el capitalismo la dominación, la explotación y el despojo se hacen normales, se justifica.

El conocimiento mercantilizado no sirve sino para los intereses que lo requieren, por tanto, vayan jóvenes a la universidad a buscar un futuro –rentable- para su existencia. Y vaya que hoy debe ser rentable: sus padres quizá no alcancen los beneficios de la seguridad social, sus descendientes quizá no conozcan la educación pública, y los años de vejez quizá los condenen a seguir trabajando para poder medicar sus dolencias.

Cuando sobrevuela en el ambiente el pesimismo de lo descrito, la propaganda que circula les devuelve la sonrisa, y les hace pensar a los futuros universitarios que la vida rentable es la vida únicamente vivible, y que para conseguirla seguramente están las carreras que te prometen no ser un profesional, sino un ser humano autosuficiente y responsable de ti mismo: afuera puede caerse el mundo. Pero, ¿alguien puede ser autosuficiente en medio del desastre? ¿Alguien puede vivir sin los otros, cuando la estructura social se va cayendo? ¿Barrios sin gente, ciudades de motores, bosques de concreto?

La educación básica y media debe vacunar a los niños y niñas de esas ideas monolíticas que asumen al éxito con la comodidad, la satisfacción y el lujo. Cuidado: no vaya a ser que sigamos reproduciendo generaciones con índices elevados de frustración solo porque no sirve el internet en casa. (O)

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