Por un Estado honorable

El gobierno ecuatoriano estaría cometiendo un terrible error si es que usa la actual crisis como excusa para romper sus compromisos. Es cómodo asumir que estamos ante el Armagedón y faltar a nuestra palabra, pero no debemos olvidar que estamos ante una pandemia con una mortalidad de apenas un dígito porcentual, que el frenazo comercial en el mundo es temporal y que la crisis económica que enfrentamos no es más que el justo y breve precio que hay que pagar cuando se gasta más de lo que se gana. Podrían suceder, y un día sucederán, cosas muchísimo peores: una siniestra erupción volcánica, una guerra civil que mate o exilie al mejor capital humano del país, un terremoto en una metrópoli, una plaga que devaste la producción alimentaria, una pandemia con mortalidad superior al cincuenta por ciento que golpee a jóvenes y niños, una conflagración internacional que cierre las vías de comercio internacional, etcétera. Si ante apenas algo mínimo como lo que vivimos ahora, el Estado ya rompe su palabra, ¿quién le creerá más adelante, cuando necesite desesperadamente que le crean?

Hay dos compromisos que asfixian al Estado este momento: la deuda externa y los inmensos costos legales que implica la inevitable reducción del sector público. La tentación de hacer trampa en ambos ámbitos es grande, pero hay que resistirse a ella. Lo correcto, por mucho que duela, es pagar hasta el último centavo, tanto a los acreedores, como aquellos a quienes haya que liquidar. Solo de esa manera aprenderemos a no asumir compromisos a la ligera y, sobre todo, dotaremos paulatinamente al Estado ecuatoriano del aura de confiabilidad y honorabilidad que siempre ha necesitado.

Claro que duele, llena de amargura, tener que trabajar o renunciar a aquello que a uno legítimamente le corresponde por tener que pagar lo que otros malgastaron o prometieron sin consultarnos; sin embargo, es parte del costo de ser país y es algo que ya no se debe postergar. Si esta crisis sirve para que los ecuatorianos aprendamos el verdadero costo que tiene “garantizar” algo como Estado y, por ende, exigimos que se haga menos, todo habrá valido la pena. A veces, para aprender a ser libre y próspero es bueno haber conocido el yugo de la esclavitud.

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