Principio de incertidumbre

Álvaro Peña Flores

“Si no esperas lo inesperado, no lo reconocerás cuando llegue”, decía Heráclito y de quien Edgar Morín, filósofo francés, ha hecho su mentor. En su libro “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro” Morín hace referencia a un tema que siempre ha estado de moda y que hoy también nos invita a reflexionar y a trabajar en ello: “Enfrentar las incertidumbres”

Tener en cuenta siempre el valor de las contradicciones, la recursividad que es causa y efecto al mismo tiempo, la importancia de la incertidumbre y lo inesperado, nos lleva a vivir y pensar que: “allí donde hay esperanza… siempre hay que buscar lo inesperado…”

La coyuntura nacional y mundial nos hacen prepararnos para lo imprevisto, nada está dicho ni determinado. Esta aparente paradoja encierra una profunda sabiduría que no se alarma ni es adversa por la incertidumbre y el riesgo, sino que se debe utilizar a favor de la construcción –siempre abierta- de un futuro deseado. Esta incertidumbre, en realidad, es apuesta que no da garantías, pero que junto a la convicción de quien sueña que la utopía es posible, aunque quizás no sea probable, viene con una promesa: las cosas pueden ser diferentes

Este universo de nociones e ideas en el que nos movemos y actuamos en el mundo contemporáneo: incertidumbre, riesgo, apuesta, esperanza y utopía… trabajo, política, salud, economía… en fin, son sueños de futuros que quisiéramos ver realizados, y que quizás jamás lo serán si no hacemos algo, aunque ese algo sea pequeño y ese futuro sea improbable. El principio de incertidumbre trae consigo tres componentes: de libertad, porque la libertad no es un regalo, es un derecho; de miedo, por dejarse a veces superar; y de amor, por poder, a veces también, superarlo todo.

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