El mal y el poder

El mal no es consustancial del poder, sino del ejercicio personal que sus facultades propician. El problema se inicia con nuestra cándida propensión a identificar determinado discurso con una voluntad real de emprendimiento noble, entonces caemos en la trampa. Nadie hace carrera hacia un puesto de autoridad anunciando sus obsesiones ni sus prejuicios, sino preconizando y sobredimensionando aquello que sus seguidores quieren oír como posibilidad para sus aspiraciones.

Después en la realización práctica de sus potestades, el triunfador, que “representa” a numerosos individuos, gradual y sagazmente (“cuanto hago es por su bien y el logro de lo que nos propusimos”) deja aflorar las obsesiones y ambiciones reales que lo mueven y, con ellas, aparece el mal.

El mal no deriva de que el potentado llegue a realizar sus pasiones como objetivo personal sino que, dado su imperio sobre los otros, las impone como destino a los demás. Nada engolosina tanto como tener atribución para lograr que grandes grupos humanos deseen y vivan según lo que uno pretende. Cada funcionario, acorde con el alcance de su rango, rehace la ley siguiendo motivos personales.

A medida que es más amplio su influjo, amplio será el perjuicio que ocasione. Por eso siempre la colectividad humana debe contar con un método de vigilancia y control sobre a quienes les presta el cetro de mando, llámese este poder judicial, grupo de oposición o sociedad civil. Solo así se puede advertir y, quizás, evitar los desmanes, llegando de ser necesario a derogar el poder a quien malignamente lo ejerce.


No es tarea fácil dirigir a hombres; empujarlos, en cambio, es muy sencillo”. Rabindranath Tagore. Filósofo y escritor indio (1861-1941)

Una nación sin elecciones libres es una nación sin voz, sin ojos y sin brazos”. Octavio Paz. Poeta y ensayista mexicano (1914-1998)