Pecados, al cura Tuárez

Kléber Mantilla Cisneros

Del nefasto correato opresivo arrastramos el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social. Una ambigüedad discursiva que nació para abarcar los espacios democráticos de la sociedad, confundir las funciones de los poderes estatales; y, durante la década asaltada, ser el substrato del populismo despilfarrador. Hubo culto a Correa y de ese despojo partidario florece un pequeño grupo aún desconocido; que, hoy por hoy, es comandado por un sacerdote, en dualidad laboral con la política pública.

En su primer día, el cura José Carlos Tuárez se mostró presuntuoso y exigió al presidente Lenín Moreno nuevas instalaciones para desde ahí observar, vigilar, anular, elegir, tergiversar y modificar el ente designado para elegir autoridades de control. Una sátira parecida a los designios de la Corte Constitucional que aprobó el matrimonio igualitario; que en realidad, es un neolenguaje para la legitimidad homosexual y transexual. Dadas ciertas distracciones de una sociedad curuchupa, es una polémica que incendia las calles con magnitud de gran rebelión, más rápida e intensa que la crisis carcelaria; la prohibición del aborto, pedofilia en las iglesias; o que unos militares asesinen a inocentes. Silencio y misa convocaría el párroco.

Es que la alta tecnología es un monopolio todopoderoso que completa el engaño. El nuevo Consejo de Participación, la Asamblea, las Cortes, la Policía, los municipios y las cárceles, requieren cámaras y provisiones tecnológicas para quedar bajo control absoluto y global. Así pues, convivir en ‘normalidad’ representa receptar y emitir efímeras alegrías deportivas a manera de mensajes sean de Carapaz, en ciclismo, o de la ‘Tri’, en fútbol; pero, también, descuidar y confundir problemas estructurales como sería evaluar 77 Estados de emergencia fallidos; el cruce de facturas correspondientes al pago de campañas presidenciales ilícitas; o realizar auditorías quiméricas a inefables intocables: Carlos Marx Carrasco y René Ramírez siguen siendo piezas angulares.

El cura Tuárez tiene que acudir a las universidades donde proclaman el uso de drogas, prótesis, sexo, implantes, algoritmos, robots, escáner, 5G e inteligencia artificial; y saber los pecados de la educación ecuatoriana. No trata el calentamiento ambiental planetario, la familia orgánica, la explotación minera sin cuidado del agua dulce, la nutrición infantil, el horrendo consumo y el uso del plástico. En fin, ética y moral deshumanizante, acarreada a ciegas y de observación obligada a cualquier sacerdote.

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