Después de la algarabía

Fabián Cueva Jiménez

En medio del escándalo, robo, injusticia, violencia, llegó la algarabía al país. Deportistas ecuatorianos provocaron una pirotecnia de sentimientos con abundantes lágrimas, abrazos y besos y por supuesto, homenajes.

Este proceso momentáneo, lleno de explosiones, formas, luces, colores, ha culminado, las endorfinas o moléculas de la felicidad van disminuyendo, siendo inevitable pasar del festejo a la reflexión, de la felicidad a la realidad.

De Richard Carapaz se ha escrito y hablado: humilde, disciplinado, auténtico, fuerte, generoso; de todos los rasgos de su ethos: costumbres, hábitos, carácter, temperamento, personalidad, moral y desde luego, de su lugar natal, la parroquia centenaria El Carmelo y específicamente de Playa Alta.

En ese paisaje interandino: relieves de montaña, suelos con pendientes de hasta 60°, temperaturas de 8 a 14°, 700 familias y cerca de 3000 habitantes, 9% de analfabetos, 500 pobres, dedicados a la agropecuaria, con pocos establecimientos educativos, se desarrolló el campeón, la “Locomotora del Carchi”.

Un hombre que se forjó en esos ámbitos en donde se precisa de muchos valores, que se “los requiere como el aire”, con la familia, reserva de amor al trabajo y respeto al prójimo y la escuela, con contenidos morales de la vida.

Una profesora dijo de Richard: “De niño fue activo, sencillo, educado, disciplinado”; fue, digo yo, el resultado del contexto, entorno, familia y escuela. Maestros y maestras que pusieron su corazón para ayudar a vencer las dificultades.

En el campo la geografía ayuda, también los profesores que unen a todos con su “pasada de brazo”, manera propia y real de actuar solidariamente en El Carmelo. Más allá de la algarabía, condecoraciones y ofrecimientos, se necesita volver la atención a lugares olvidados, que hacen patria.

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