El drama oculto que mostró ‘Chernobyl’

ESCENA. La serie superó a ‘Games of Thrones’ y ‘Breaking Bad’ como la mejor valorada de la historia. (Foto: www.infobae.com)
ESCENA. La serie superó a ‘Games of Thrones’ y ‘Breaking Bad’ como la mejor valorada de la historia. (Foto: www.infobae.com)

Por Manuel García Verdecia

Resulta sumamente inquietante ver la miniserie ‘Chernobyl’, que intenta comunicar un reflejo del contexto y las consecuencias del terrible desastre ocurrido en esa ciudad ucraniana en abril de 1986. Ciertamente uno pasa por momentos que lo sacuden de pavor, angustia y conmiseración, los que se vuelven más aterradores al considerar que los hechos fundamentales ocurrieron verdaderamente y que, como sabemos, toda realidad es mucho más compleja que cualquier expresión de ella. La serie, artísticamente realizada con destreza y debidamente informada, se sustenta de modo principal en los testimonios recogidos por la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich (Premio Nobel 2015) en su libro ‘Voces de Chernóbil’.

El accidente nuclear de esa región ucraniana no fue solo el estallido de una tecnología precaria sino que, sobre todo, fue la explosión de una política aberrada que no tenía más futuro que el desastre. Lo que aconteció allí puso de manifiesto lo nefasto que llega a ser el poner la política por encima de los intereses y la naturaleza propia de la vida humana.

Fue ese el contexto que propició lo ocurrido en Chernóbil. Bajo tales circunstancias se logró que los cuadros técnicos de esa central nuclear cometieran actos indebidos y fatales. Fue este sistema de orden y mando sin posibilidad de reacción razonable lo que llevó a los funcionarios de Chernóbil, contra toda lógica humana o científica, a aceptar y obligar a sus obreros a incurrir en acciones fallidas que solo conducían a la catástrofe.

Porque el poder así concebido se apoya en la soberbia y en el modelado de seres obedientes hasta doblegarlos y hacerlos actuar, incluso, no ya contra su propia cordura, sino contra su propia vida. Se sabía que el sistema de ese tipo de reactor podía ser falible, pero no se lo quiso reconocer. En su intolerancia, los burócratas desoyeron o, mejor, acallaron a quienes sí sabían: los científicos y técnicos.

Producido el desastre intentaron ocultarlo, pues no debía dársele armas al enemigo. Esta es otra de las falacias que promueve este tipo de poder para sí mismo, el de callar y ocultar para no ayudar al contrario, como si la falsificación erigida como ‘verdad’ (una verdad con pies de fango) no fuera la mejor arma para cualquier enemigo. La mentira es el más efectivo agente secreto que tiene el enemigo de cualquier empresa, y lo es porque, en su bifurcación entre el dicho y el hecho, escinde y aliene el espíritu de quienes deben contrarrestarlo. Solo cuando otros países cercanos dieron la alarma ante el incremento de la radioactividad, las autoridades soviéticas admitieron el accidente y ofrecieron una versión, minimizando sus consecuencias y justificándolo, igual que siempre, como un caprichoso error, no del sistema empleado, sino de los operarios.

El incidente fue infernal en su momento. Lo supimos después, en el período de apertura a la información, mucho peor de lo que imaginábamos por el número de víctimas, la prolongación del estado letal de radioactividad y por el nefasto procedimiento con que se intentó resolver la crisis. Las secuelas están ahí. El mal de Chernóbil no ha concluido. Toda una extensa zona se ha convertido en un infierno inhabitable, una horripilante muestra de lo que puede conseguir el individuo cuando se aparta de los principios esenciales de la existencia humana.

El saldo físico de víctimas humanas y de la naturaleza es exorbitante. Sin embargo, el peor trauma fue la desmoralización de millones de seres. No fue casual que Mijail Gorbachov considerara al accidente de Chernóbil como el inicio del fin de la URSS.

El principal científico que denunció las graves infracciones y violaciones que se cometieron en el siniestro, Valery Legasov, no logró sobreponerse al golpe. Su conciencia lacerada lo llevó al suicidio. Pero nos legó una frase lapidaria: “Cada mentira que se dice es una deuda con la verdad, una deuda que inevitablemente habrá que pagar en algún momento”.

Lo peor es que esta deuda no se liquida con capital financiero o tecnología actualizada, pues carcome lo más importante de una comunidad humana: su médula ética y su alma. Tal herida no se repone pronto ni fácil, sino tras un largo período de vida en la verdad. Es algo que todos los que dirigen grupos humanos deberían aprender. La catástrofe de Chernóbil mató personas, animales, naturaleza y, sobre todo, espíritu humano. Es sencillamente aterrador. Hagamos todo lo posible porque incidentes así no se repitan.

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