Mirarse en los ojos del otro

Hombre lobo del hombre. Esta semana tuvimos que ver a jóvenes destruyendo veredas, y a trabajadores lanzando piedras contra policías, y a policías demoliendo a toletazos a manifestantes, y militares peleándose a puñetes con policías, y a policías echando gas lacrimógeno contra universidades que eran zonas de paz, y tuvimos que ver muertos, y heridos, y retenciones forzosas, y a ciudadanos golpeando ciudadanos, y a un cobarde rompiendo la cabeza de un periodista por la espalda.

No hemos aprendido. ¿Cuándo vamos a entender que todos nacimos seres humanos y luego llegaron las ideologías, las religiones, las tendencias políticas, para separarnos? ¿Cuándo vamos a ser capaces de mirarnos a nosotros mismos en los ojos del otro, a encontrar también las coincidencias; a olvidarnos de izquierdas y derechas, de dioses y de mártires? ¿Qué hace falta para que pensemos que al que le estamos dando el toletazo podría ser nuestro hijo, o a quien le estamos lanzando la piedra podría ser nuestro padre?

Regresaba la noche del miércoles a mi casa. Conducía y fui por el centro de la ciudad. Odio los lugares comunes, pero era un campo de batalla, me pesaba la energía de cada imagen que vi en las piedras sobre el pavimento. Me dolían los heridos y los muertos en los restos de las llantas quemadas. Suspiré varias veces al ver el temor con que todos conducíamos: despacio, mirando hacia todos lados.

La historia de las guerras es la historia más ruin. Es la pérdida, el dolor, la podredumbre. No convirtamos esto en una guerra. Durante 10 años nos gobernaron desde el odio, el resentimiento y la obsesión por el poder; dejemos eso atrás. Vivamos nuestras luchas y démoslas intensamente, pero entendamos las luchas de los demás. Demos a nuestros hijos un país en que se pueda salir a la calle tranquilo y caminar, y ver un atardecer sin miedo. Que en vez del gas lacrimógeno se huela el aroma de un buen plato de comida y, en lugar de lanzarnos piedras, nos demos la mano. ¿Será demasiado pedir?

[email protected]

Hombre lobo del hombre. Esta semana tuvimos que ver a jóvenes destruyendo veredas, y a trabajadores lanzando piedras contra policías, y a policías demoliendo a toletazos a manifestantes, y militares peleándose a puñetes con policías, y a policías echando gas lacrimógeno contra universidades que eran zonas de paz, y tuvimos que ver muertos, y heridos, y retenciones forzosas, y a ciudadanos golpeando ciudadanos, y a un cobarde rompiendo la cabeza de un periodista por la espalda.

No hemos aprendido. ¿Cuándo vamos a entender que todos nacimos seres humanos y luego llegaron las ideologías, las religiones, las tendencias políticas, para separarnos? ¿Cuándo vamos a ser capaces de mirarnos a nosotros mismos en los ojos del otro, a encontrar también las coincidencias; a olvidarnos de izquierdas y derechas, de dioses y de mártires? ¿Qué hace falta para que pensemos que al que le estamos dando el toletazo podría ser nuestro hijo, o a quien le estamos lanzando la piedra podría ser nuestro padre?

Regresaba la noche del miércoles a mi casa. Conducía y fui por el centro de la ciudad. Odio los lugares comunes, pero era un campo de batalla, me pesaba la energía de cada imagen que vi en las piedras sobre el pavimento. Me dolían los heridos y los muertos en los restos de las llantas quemadas. Suspiré varias veces al ver el temor con que todos conducíamos: despacio, mirando hacia todos lados.

La historia de las guerras es la historia más ruin. Es la pérdida, el dolor, la podredumbre. No convirtamos esto en una guerra. Durante 10 años nos gobernaron desde el odio, el resentimiento y la obsesión por el poder; dejemos eso atrás. Vivamos nuestras luchas y démoslas intensamente, pero entendamos las luchas de los demás. Demos a nuestros hijos un país en que se pueda salir a la calle tranquilo y caminar, y ver un atardecer sin miedo. Que en vez del gas lacrimógeno se huela el aroma de un buen plato de comida y, en lugar de lanzarnos piedras, nos demos la mano. ¿Será demasiado pedir?

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Hombre lobo del hombre. Esta semana tuvimos que ver a jóvenes destruyendo veredas, y a trabajadores lanzando piedras contra policías, y a policías demoliendo a toletazos a manifestantes, y militares peleándose a puñetes con policías, y a policías echando gas lacrimógeno contra universidades que eran zonas de paz, y tuvimos que ver muertos, y heridos, y retenciones forzosas, y a ciudadanos golpeando ciudadanos, y a un cobarde rompiendo la cabeza de un periodista por la espalda.

No hemos aprendido. ¿Cuándo vamos a entender que todos nacimos seres humanos y luego llegaron las ideologías, las religiones, las tendencias políticas, para separarnos? ¿Cuándo vamos a ser capaces de mirarnos a nosotros mismos en los ojos del otro, a encontrar también las coincidencias; a olvidarnos de izquierdas y derechas, de dioses y de mártires? ¿Qué hace falta para que pensemos que al que le estamos dando el toletazo podría ser nuestro hijo, o a quien le estamos lanzando la piedra podría ser nuestro padre?

Regresaba la noche del miércoles a mi casa. Conducía y fui por el centro de la ciudad. Odio los lugares comunes, pero era un campo de batalla, me pesaba la energía de cada imagen que vi en las piedras sobre el pavimento. Me dolían los heridos y los muertos en los restos de las llantas quemadas. Suspiré varias veces al ver el temor con que todos conducíamos: despacio, mirando hacia todos lados.

La historia de las guerras es la historia más ruin. Es la pérdida, el dolor, la podredumbre. No convirtamos esto en una guerra. Durante 10 años nos gobernaron desde el odio, el resentimiento y la obsesión por el poder; dejemos eso atrás. Vivamos nuestras luchas y démoslas intensamente, pero entendamos las luchas de los demás. Demos a nuestros hijos un país en que se pueda salir a la calle tranquilo y caminar, y ver un atardecer sin miedo. Que en vez del gas lacrimógeno se huela el aroma de un buen plato de comida y, en lugar de lanzarnos piedras, nos demos la mano. ¿Será demasiado pedir?

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Hombre lobo del hombre. Esta semana tuvimos que ver a jóvenes destruyendo veredas, y a trabajadores lanzando piedras contra policías, y a policías demoliendo a toletazos a manifestantes, y militares peleándose a puñetes con policías, y a policías echando gas lacrimógeno contra universidades que eran zonas de paz, y tuvimos que ver muertos, y heridos, y retenciones forzosas, y a ciudadanos golpeando ciudadanos, y a un cobarde rompiendo la cabeza de un periodista por la espalda.

No hemos aprendido. ¿Cuándo vamos a entender que todos nacimos seres humanos y luego llegaron las ideologías, las religiones, las tendencias políticas, para separarnos? ¿Cuándo vamos a ser capaces de mirarnos a nosotros mismos en los ojos del otro, a encontrar también las coincidencias; a olvidarnos de izquierdas y derechas, de dioses y de mártires? ¿Qué hace falta para que pensemos que al que le estamos dando el toletazo podría ser nuestro hijo, o a quien le estamos lanzando la piedra podría ser nuestro padre?

Regresaba la noche del miércoles a mi casa. Conducía y fui por el centro de la ciudad. Odio los lugares comunes, pero era un campo de batalla, me pesaba la energía de cada imagen que vi en las piedras sobre el pavimento. Me dolían los heridos y los muertos en los restos de las llantas quemadas. Suspiré varias veces al ver el temor con que todos conducíamos: despacio, mirando hacia todos lados.

La historia de las guerras es la historia más ruin. Es la pérdida, el dolor, la podredumbre. No convirtamos esto en una guerra. Durante 10 años nos gobernaron desde el odio, el resentimiento y la obsesión por el poder; dejemos eso atrás. Vivamos nuestras luchas y démoslas intensamente, pero entendamos las luchas de los demás. Demos a nuestros hijos un país en que se pueda salir a la calle tranquilo y caminar, y ver un atardecer sin miedo. Que en vez del gas lacrimógeno se huela el aroma de un buen plato de comida y, en lugar de lanzarnos piedras, nos demos la mano. ¿Será demasiado pedir?

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