Los tentáculos de la corrupción

Sin duda es mejor mirar a la vida desde un ángulo positivo, con la idea ferviente de que nuestra sociedad tendrá un mañana promisorio; es correcto pensar que la mayor parte de la gente es buena, honorable, generosa y solidaria y que en sus ideales más íntimos alza la bandera del bien común emanados de la justicia de la democracia y la libertad.

Los que ocupamos parte de nuestro tiempo en analizar lo que sucede en nuestra patria y el mundo, para compartir nuestras conclusiones desde un medio de opinión pública, lo hacemos siempre con la mejor intención, procurando siempre decir la verdad con la premisa de las más claras evidencias que buscan siempre los correctivos necesarios, que es un derecho primordial de la sociedad, inscrito en la constitución y las leyes.

Planteado de esta manera, el papel de la prensa libre de injerencias políticas y económicas, es una noble tarea que es necesario cumplir en medio de un ambiente de antagónicos intereses.

Decir siempre la verdad tiene siempre un alto costo, porque automáticamente sitúa al comunicador en la lista negra de aquellos que forman compulsivamente, o por inclinación natural de las execrables asociaciones enmascaradas en las empresas electoreras.

Los tentáculos brutales de la corrupción se han apoderado de todos los espacios del poder. Jueces venales que pisotean las leyes, legisladores al servicio de asociaciones ilícitas; altos funcionarios del Estado formando parte de redes de corrupción que se han levantado con los recursos públicos y que dificultan la acción de la justicia; mercaderes de la muerte apoderados de los hospitales, partidos políticos a granel que en estos momentos son colmenas de ambiciones que se organizan para captar el poder en los próximas elecciones. Este es el crudo panorama que afronta la sociedad ecuatoriana.