Este Quito

Eduardo F. Naranjo C.

La silenciosa carrera del tiempo pasó sobre los Andes y se llevó miles de recuerdos de esta misteriosa y mágica urbe, que vio sucesión de eventos de toda índole, días y noches de alegría, toros, algarabías, serenatas románticas a las bellas en sus balcones, como también días de calles y plazas turbulentas de masas enardecidas por las motivaciones emocionales que cada tiempo, algún gobernante las encendía con sus ineptas y equivocadas políticas.

Sus calles, plazas y esquinas ríen y lloran acontecimientos que pasaron y se fueron, algunos aportando algo para la mejora colectiva, otros cimentando a los más poderosos apoyados por la cristiandad, en fin, eso poseen sus viejas rutas con sabor a nostalgia.

Tiempos de jorgas esquineras, que defendían su territorio de los de fuera del barrio, esto incluía la egoísta protección de sus bellas y era donde el machismo brotaba al ritmo del pasillo, eran otros tiempos, que ahora solo viven en la memoria de unos cuantos viejos y viejas, porque sus calles ancestrales cansadas de tanta historia duermen silenciosas y tristes, con apenas el tañido de unas tímidas campanas.

El salto a la modernidad la volvió impersonal y lejana, pero vibra y asombra a los jóvenes y nuevos viandantes, ya con aromas y sonidos diferentes que la hacen distinta al envejecer, pero siempre estará bella con su singular cuadrilátero de campanarios, y con las iniciativas municipales para recuperar la memoria, narrando sitios y leyendas.

Ahora el antiguo punto de partida, de la gran metrópoli que es hoy, pronto será integrado por el tren subterráneo que desde el extremo de sus valles recorrerá suavemente por sus entrañas y abrirá paradas en su columna vertebral para hacerla fácil y atractivo el conocerla, visitarla y amarla. ¡Viva la capital!

[email protected]

Eduardo F. Naranjo C.

La silenciosa carrera del tiempo pasó sobre los Andes y se llevó miles de recuerdos de esta misteriosa y mágica urbe, que vio sucesión de eventos de toda índole, días y noches de alegría, toros, algarabías, serenatas románticas a las bellas en sus balcones, como también días de calles y plazas turbulentas de masas enardecidas por las motivaciones emocionales que cada tiempo, algún gobernante las encendía con sus ineptas y equivocadas políticas.

Sus calles, plazas y esquinas ríen y lloran acontecimientos que pasaron y se fueron, algunos aportando algo para la mejora colectiva, otros cimentando a los más poderosos apoyados por la cristiandad, en fin, eso poseen sus viejas rutas con sabor a nostalgia.

Tiempos de jorgas esquineras, que defendían su territorio de los de fuera del barrio, esto incluía la egoísta protección de sus bellas y era donde el machismo brotaba al ritmo del pasillo, eran otros tiempos, que ahora solo viven en la memoria de unos cuantos viejos y viejas, porque sus calles ancestrales cansadas de tanta historia duermen silenciosas y tristes, con apenas el tañido de unas tímidas campanas.

El salto a la modernidad la volvió impersonal y lejana, pero vibra y asombra a los jóvenes y nuevos viandantes, ya con aromas y sonidos diferentes que la hacen distinta al envejecer, pero siempre estará bella con su singular cuadrilátero de campanarios, y con las iniciativas municipales para recuperar la memoria, narrando sitios y leyendas.

Ahora el antiguo punto de partida, de la gran metrópoli que es hoy, pronto será integrado por el tren subterráneo que desde el extremo de sus valles recorrerá suavemente por sus entrañas y abrirá paradas en su columna vertebral para hacerla fácil y atractivo el conocerla, visitarla y amarla. ¡Viva la capital!

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La silenciosa carrera del tiempo pasó sobre los Andes y se llevó miles de recuerdos de esta misteriosa y mágica urbe, que vio sucesión de eventos de toda índole, días y noches de alegría, toros, algarabías, serenatas románticas a las bellas en sus balcones, como también días de calles y plazas turbulentas de masas enardecidas por las motivaciones emocionales que cada tiempo, algún gobernante las encendía con sus ineptas y equivocadas políticas.

Sus calles, plazas y esquinas ríen y lloran acontecimientos que pasaron y se fueron, algunos aportando algo para la mejora colectiva, otros cimentando a los más poderosos apoyados por la cristiandad, en fin, eso poseen sus viejas rutas con sabor a nostalgia.

Tiempos de jorgas esquineras, que defendían su territorio de los de fuera del barrio, esto incluía la egoísta protección de sus bellas y era donde el machismo brotaba al ritmo del pasillo, eran otros tiempos, que ahora solo viven en la memoria de unos cuantos viejos y viejas, porque sus calles ancestrales cansadas de tanta historia duermen silenciosas y tristes, con apenas el tañido de unas tímidas campanas.

El salto a la modernidad la volvió impersonal y lejana, pero vibra y asombra a los jóvenes y nuevos viandantes, ya con aromas y sonidos diferentes que la hacen distinta al envejecer, pero siempre estará bella con su singular cuadrilátero de campanarios, y con las iniciativas municipales para recuperar la memoria, narrando sitios y leyendas.

Ahora el antiguo punto de partida, de la gran metrópoli que es hoy, pronto será integrado por el tren subterráneo que desde el extremo de sus valles recorrerá suavemente por sus entrañas y abrirá paradas en su columna vertebral para hacerla fácil y atractivo el conocerla, visitarla y amarla. ¡Viva la capital!

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La silenciosa carrera del tiempo pasó sobre los Andes y se llevó miles de recuerdos de esta misteriosa y mágica urbe, que vio sucesión de eventos de toda índole, días y noches de alegría, toros, algarabías, serenatas románticas a las bellas en sus balcones, como también días de calles y plazas turbulentas de masas enardecidas por las motivaciones emocionales que cada tiempo, algún gobernante las encendía con sus ineptas y equivocadas políticas.

Sus calles, plazas y esquinas ríen y lloran acontecimientos que pasaron y se fueron, algunos aportando algo para la mejora colectiva, otros cimentando a los más poderosos apoyados por la cristiandad, en fin, eso poseen sus viejas rutas con sabor a nostalgia.

Tiempos de jorgas esquineras, que defendían su territorio de los de fuera del barrio, esto incluía la egoísta protección de sus bellas y era donde el machismo brotaba al ritmo del pasillo, eran otros tiempos, que ahora solo viven en la memoria de unos cuantos viejos y viejas, porque sus calles ancestrales cansadas de tanta historia duermen silenciosas y tristes, con apenas el tañido de unas tímidas campanas.

El salto a la modernidad la volvió impersonal y lejana, pero vibra y asombra a los jóvenes y nuevos viandantes, ya con aromas y sonidos diferentes que la hacen distinta al envejecer, pero siempre estará bella con su singular cuadrilátero de campanarios, y con las iniciativas municipales para recuperar la memoria, narrando sitios y leyendas.

Ahora el antiguo punto de partida, de la gran metrópoli que es hoy, pronto será integrado por el tren subterráneo que desde el extremo de sus valles recorrerá suavemente por sus entrañas y abrirá paradas en su columna vertebral para hacerla fácil y atractivo el conocerla, visitarla y amarla. ¡Viva la capital!

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