Pesebre versus árbol

Pablo Escandón Montenegro

Para algunos, es una pelea contra el capital, la aculturación y la invasión de las tradiciones de otros lugares que sustituyen, suplantan y exterminan las propias de nuestra nación, nuestra historia y nuestros antecesores.

Para otros, es una forma de asimilación, hibridación y transformación cultural que debemos aceptar, como lo que sucede con Halloween o con las fiestas de Quito y su mutación constante.

Para los más radicales, hay que acabar con las influencias externas y volver a lo originario, lo que demuestra que la sociedad no ha cambiado en nada y vivimos en modo retro.

Que el ‘Dulce Jesús Mío’ tiene que vencer sobre el ‘Grinch’, o que los bastones de caramelo deben ser desterrados y reivindicar los pristiños. No encendamos velitas ni hagamos de las novenas una fiesta.

Mi padre fue un ateo convencido, pero nunca nos prohibió hacer el árbol navideño, escribir cartas a Papá Noel, ni dejó de hacer los pesebres más inventivos y fantásticos. Supo que la Navidad era para los niños, para nosotros y para sus nietos y nietas.

La radicalidad se muestra en los actos cotidianos y no solo en los símbolos. En la cotidianidad se arraiga el nuevo simbolismo de los ritos: nada mejor que cantar ‘Ya viene el Niñito’, mientras se colocan los bombillos y las luces en la puerta de la casa.

Los renos en un clima ecuatorial también son importantes. No hay Navidad sin Rodolfo y sin el niño del Tambor, pues a la final, ese que nace en pocos días es un judío al que se canta con diversos ritmos de villancicos ecuatorianos.

Es importante que los hogares hagan sus árboles, sus pesebres, decoren sus casas y espacios, para que volvamos a ser niños, a tener la pureza e inocencia de nuestros primeros años, de cuando creíamos que no eran nuestros padres quienes nos daban los regalos.

[email protected]

Pablo Escandón Montenegro

Para algunos, es una pelea contra el capital, la aculturación y la invasión de las tradiciones de otros lugares que sustituyen, suplantan y exterminan las propias de nuestra nación, nuestra historia y nuestros antecesores.

Para otros, es una forma de asimilación, hibridación y transformación cultural que debemos aceptar, como lo que sucede con Halloween o con las fiestas de Quito y su mutación constante.

Para los más radicales, hay que acabar con las influencias externas y volver a lo originario, lo que demuestra que la sociedad no ha cambiado en nada y vivimos en modo retro.

Que el ‘Dulce Jesús Mío’ tiene que vencer sobre el ‘Grinch’, o que los bastones de caramelo deben ser desterrados y reivindicar los pristiños. No encendamos velitas ni hagamos de las novenas una fiesta.

Mi padre fue un ateo convencido, pero nunca nos prohibió hacer el árbol navideño, escribir cartas a Papá Noel, ni dejó de hacer los pesebres más inventivos y fantásticos. Supo que la Navidad era para los niños, para nosotros y para sus nietos y nietas.

La radicalidad se muestra en los actos cotidianos y no solo en los símbolos. En la cotidianidad se arraiga el nuevo simbolismo de los ritos: nada mejor que cantar ‘Ya viene el Niñito’, mientras se colocan los bombillos y las luces en la puerta de la casa.

Los renos en un clima ecuatorial también son importantes. No hay Navidad sin Rodolfo y sin el niño del Tambor, pues a la final, ese que nace en pocos días es un judío al que se canta con diversos ritmos de villancicos ecuatorianos.

Es importante que los hogares hagan sus árboles, sus pesebres, decoren sus casas y espacios, para que volvamos a ser niños, a tener la pureza e inocencia de nuestros primeros años, de cuando creíamos que no eran nuestros padres quienes nos daban los regalos.

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Pablo Escandón Montenegro

Para algunos, es una pelea contra el capital, la aculturación y la invasión de las tradiciones de otros lugares que sustituyen, suplantan y exterminan las propias de nuestra nación, nuestra historia y nuestros antecesores.

Para otros, es una forma de asimilación, hibridación y transformación cultural que debemos aceptar, como lo que sucede con Halloween o con las fiestas de Quito y su mutación constante.

Para los más radicales, hay que acabar con las influencias externas y volver a lo originario, lo que demuestra que la sociedad no ha cambiado en nada y vivimos en modo retro.

Que el ‘Dulce Jesús Mío’ tiene que vencer sobre el ‘Grinch’, o que los bastones de caramelo deben ser desterrados y reivindicar los pristiños. No encendamos velitas ni hagamos de las novenas una fiesta.

Mi padre fue un ateo convencido, pero nunca nos prohibió hacer el árbol navideño, escribir cartas a Papá Noel, ni dejó de hacer los pesebres más inventivos y fantásticos. Supo que la Navidad era para los niños, para nosotros y para sus nietos y nietas.

La radicalidad se muestra en los actos cotidianos y no solo en los símbolos. En la cotidianidad se arraiga el nuevo simbolismo de los ritos: nada mejor que cantar ‘Ya viene el Niñito’, mientras se colocan los bombillos y las luces en la puerta de la casa.

Los renos en un clima ecuatorial también son importantes. No hay Navidad sin Rodolfo y sin el niño del Tambor, pues a la final, ese que nace en pocos días es un judío al que se canta con diversos ritmos de villancicos ecuatorianos.

Es importante que los hogares hagan sus árboles, sus pesebres, decoren sus casas y espacios, para que volvamos a ser niños, a tener la pureza e inocencia de nuestros primeros años, de cuando creíamos que no eran nuestros padres quienes nos daban los regalos.

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Pablo Escandón Montenegro

Para algunos, es una pelea contra el capital, la aculturación y la invasión de las tradiciones de otros lugares que sustituyen, suplantan y exterminan las propias de nuestra nación, nuestra historia y nuestros antecesores.

Para otros, es una forma de asimilación, hibridación y transformación cultural que debemos aceptar, como lo que sucede con Halloween o con las fiestas de Quito y su mutación constante.

Para los más radicales, hay que acabar con las influencias externas y volver a lo originario, lo que demuestra que la sociedad no ha cambiado en nada y vivimos en modo retro.

Que el ‘Dulce Jesús Mío’ tiene que vencer sobre el ‘Grinch’, o que los bastones de caramelo deben ser desterrados y reivindicar los pristiños. No encendamos velitas ni hagamos de las novenas una fiesta.

Mi padre fue un ateo convencido, pero nunca nos prohibió hacer el árbol navideño, escribir cartas a Papá Noel, ni dejó de hacer los pesebres más inventivos y fantásticos. Supo que la Navidad era para los niños, para nosotros y para sus nietos y nietas.

La radicalidad se muestra en los actos cotidianos y no solo en los símbolos. En la cotidianidad se arraiga el nuevo simbolismo de los ritos: nada mejor que cantar ‘Ya viene el Niñito’, mientras se colocan los bombillos y las luces en la puerta de la casa.

Los renos en un clima ecuatorial también son importantes. No hay Navidad sin Rodolfo y sin el niño del Tambor, pues a la final, ese que nace en pocos días es un judío al que se canta con diversos ritmos de villancicos ecuatorianos.

Es importante que los hogares hagan sus árboles, sus pesebres, decoren sus casas y espacios, para que volvamos a ser niños, a tener la pureza e inocencia de nuestros primeros años, de cuando creíamos que no eran nuestros padres quienes nos daban los regalos.

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