Otra utopía fallida

Desde el primer día de cuarentena, las redes sociales se llenaron de mensajes de esperanza de todos los seres humanos. No había día en que no aparecieran frases, fotografías, plegarias, artículos y videos que expresaran el anhelo de que vendría un día en que toda esta pesadilla llegaría a su fin.

Dichos mensajes, además, venían cargados de una ilusión: la de que la humanidad sería diferente luego de que el virus fuera derrotado. Diferente en su forma de mirar la vida, de compartir los bienes y la alegrías, las derrotas y fracasos, de que por fin, los seres humanos aprenderíamos a que nuestro corazón latiera al unísono con la naturaleza; a que desterráramos de nuestra mente y nuestra vida sentimientos abominables, tales como la envidia, la mentira y la traición, la venganza, la malidencia, la injusticia, la explotación del hombre por el hombre, la servidumbre y otra formas de esclavitud, el egoísmo, la exclusión, el racismo y actitudes brutales como la hipocresía y la violencia delincuencial y la de Estado, precursora de conflictos y guerras.

En fin, los mensajes pretendían que al final de la pandemia la humanidad dejara de ser un conglomerado de seres humanos y, de pronto, se convirtiera en el paraíso, donde vivirían ángeles y arcángeles, seres espirituales de luz, incapaces de cometer errores y de torcer las virtudes proclamadas por los dioses y las leyes proclamadas por los hombres.

Conforme se sucedían los días esas ilusiones se acrecentaban, parecía que los mensajes habían calado en la mente y en las decisiones humanas; pero, lastimosamente, siempre hay un pero, tras meses de confinamiento, el estrés, el confinamiento, el encierro pudieron más que las buenas intenciones y, tímidamente al principio, pero luego con mayor fuerza, volvieron las verdaderas características humanas. Los mensajes violentos, agresivos, se tornaron frecuentes y el egoísmo subió a niveles superiores que los que se manifestaban antes de la pandemia.

Cuando los niveles de contagio mostraban en su crudeza que el virus festinaba la vida humana y se hacía necesaria una disciplina social que lo acorralara, la gente decidió salir, y lo hizo sin los cuidados requeridos. La justificación fue: tengo que llevar el pan a mis hijos, a mi familia. Prefirieron morir por el virus antes que de hambre; sin pensar que por esa hambre ponían en riesgo a la sociedad entera. El Yo, por encima del nosotros.

Si esto sucedió al interior de cada país, lo mismo sucedió en las relaciones internacionales. Los países están desesperados intentando comprar toda la producción de vacunas contra este virus, a sabiendas que no existe, que está en etapa de experimentación; pero más importante es la imagen del político que disfraza su ambición con la compra de lo que no existe, antes que pensar que dicha vacuna sea un bien de la humanidad entera, que no pertenezca a nadie en particular, a ningún país, a ningún gobierno, y sea el maná que, defienda la vida y proclame la inclusión y la hermandad entre todos los seres de esta especie.