El chancho en el árbol

Las extravagancias de la política ecuatoriana generan episodios de los que la población luego se arrepiente, sin conseguir controlar un comportamiento electoral poco predecible. Un político ecuatoriano de las décadas de los 40, 50 y 60, Andrés F. Córdova (presidente por corto tiempo) decía que la política ecuatoriana era “el arte de tostar granizo”.

Los resultados electorales del 7 de febrero de 2021 generaron otra paradoja: la del chancho en el árbol. Nadie sabe cómo subió, cómo llegó y cómo se mantiene en el sitio. Sucedió con el desconocido tecnócrata Andrés Arauz. Su historial recoge episodios de una breve vida con educación privilegiada y un antecedente laboral corto (eso sí, firmando todos los contratos de emergencia y endeudamiento que nadie quería firmar en tiempos del correato).

Pero, ojo, Arauz llega porque lo auspició Correa. Sin su mentor, Arauz no sería nadie. El voto duro del correísmo oscila entre el 25 y el 30%. Logró poco con sus inexplicables e incumplibles ofertas como la de ofrecer mil dólares a un millón de familias. Sin embargo, su presencia en la arena política no debe ser catalogada como la de un outsider. Al contrario, el correísmo tiene una carga política fuerte y dejó huella en el país en 14 años de gobierno (aunque lo nieguen, el “traidor” Moreno fue el delfín de Correa en los comicios de 2017).

¿Cómo entender el comportamiento de los electores? Surge una figura inesperada, Carlos “Yaku” Pérez, que ha logrado lo que históricamente el sector indígena jamás consiguió: un respaldo de dos de cada diez ecuatorianos. Hay otro personaje, Xavier Hervas, cuyo voto respondería a una nostalgia de ciertos votantes por los tiempos de la socialdemocracia del expresidente Rodrigo Borja.

Guillermo Lasso se convierte en la versión del siglo XXI del “viejo gallo de pelea” o “el eterno perdedor”, el liberal Raúl Clemente Huerta quien, pese a su honradez y buenas campañas, no accedió a la presidencia del país, siendo derrotado, entre otros, por Ponce, Plaza y Velasco Ibarra.

Se constata dos fenómenos innegables de la política ecuatoriana: la gente decide el voto a última hora y toma en cuenta los factores que le afectan ese momento. Fue la elección del voto vergonzante u oculto. Muchas personas no dicen la verdad en las encuestas de salida de urna y sus aspiraciones cortoplacistas se reflejan en los resultados oficiales. El ecuatoriano se ha convertido en el votante más complicado de la región, por lo impredecible de sus decisiones, pero hay políticos que conocen muy poco a este elector.