¡Basta ya!

Se sienten puños crispados, gargantas preñadas de imprecaciones, puñales que se afilan en las sombras. La miseria, la explotación y la inmoralidad, están tornando en veneno la sangre del hombre de Ecuador. Parece si brotara una gota más, para que desborden todos los instintos infrahumanos. Esta hora, no es la hora de vacilaciones, es la hora del valor y del sacrificio. Es una hora de creación, de coraje y de fe, para que mañana haya un Ecuador mejor, con mayor justicia, con pan, con paz, con dignidad humana, un Ecuador en que no se sacrifique el gran don y tesoro del hombre: la libertad y la justicia. La tiranía no ha podido encontrar clima propicio entre nosotros. Pero estemos atentos y reprochemos con valentía cualquier intento. Es hora que sintamos en todo nuestro ser el latido, la fuerza de nuestra ecuatorianidad ahondada en las raíces de lo que somos. Escuchemos el mandato de seguir adelante, de conquistar nuevas cumbres, de redimir al pueblo sumergido, al pueblo que vegeta al margen de la democracia, de la libertad y, sobre todo, de la Educación.

Jorge Enríquez Páez
[email protected]

Se sienten puños crispados, gargantas preñadas de imprecaciones, puñales que se afilan en las sombras. La miseria, la explotación y la inmoralidad, están tornando en veneno la sangre del hombre de Ecuador. Parece si brotara una gota más, para que desborden todos los instintos infrahumanos. Esta hora, no es la hora de vacilaciones, es la hora del valor y del sacrificio. Es una hora de creación, de coraje y de fe, para que mañana haya un Ecuador mejor, con mayor justicia, con pan, con paz, con dignidad humana, un Ecuador en que no se sacrifique el gran don y tesoro del hombre: la libertad y la justicia. La tiranía no ha podido encontrar clima propicio entre nosotros. Pero estemos atentos y reprochemos con valentía cualquier intento. Es hora que sintamos en todo nuestro ser el latido, la fuerza de nuestra ecuatorianidad ahondada en las raíces de lo que somos. Escuchemos el mandato de seguir adelante, de conquistar nuevas cumbres, de redimir al pueblo sumergido, al pueblo que vegeta al margen de la democracia, de la libertad y, sobre todo, de la Educación.

Jorge Enríquez Páez
[email protected]

Se sienten puños crispados, gargantas preñadas de imprecaciones, puñales que se afilan en las sombras. La miseria, la explotación y la inmoralidad, están tornando en veneno la sangre del hombre de Ecuador. Parece si brotara una gota más, para que desborden todos los instintos infrahumanos. Esta hora, no es la hora de vacilaciones, es la hora del valor y del sacrificio. Es una hora de creación, de coraje y de fe, para que mañana haya un Ecuador mejor, con mayor justicia, con pan, con paz, con dignidad humana, un Ecuador en que no se sacrifique el gran don y tesoro del hombre: la libertad y la justicia. La tiranía no ha podido encontrar clima propicio entre nosotros. Pero estemos atentos y reprochemos con valentía cualquier intento. Es hora que sintamos en todo nuestro ser el latido, la fuerza de nuestra ecuatorianidad ahondada en las raíces de lo que somos. Escuchemos el mandato de seguir adelante, de conquistar nuevas cumbres, de redimir al pueblo sumergido, al pueblo que vegeta al margen de la democracia, de la libertad y, sobre todo, de la Educación.

Jorge Enríquez Páez
[email protected]

Se sienten puños crispados, gargantas preñadas de imprecaciones, puñales que se afilan en las sombras. La miseria, la explotación y la inmoralidad, están tornando en veneno la sangre del hombre de Ecuador. Parece si brotara una gota más, para que desborden todos los instintos infrahumanos. Esta hora, no es la hora de vacilaciones, es la hora del valor y del sacrificio. Es una hora de creación, de coraje y de fe, para que mañana haya un Ecuador mejor, con mayor justicia, con pan, con paz, con dignidad humana, un Ecuador en que no se sacrifique el gran don y tesoro del hombre: la libertad y la justicia. La tiranía no ha podido encontrar clima propicio entre nosotros. Pero estemos atentos y reprochemos con valentía cualquier intento. Es hora que sintamos en todo nuestro ser el latido, la fuerza de nuestra ecuatorianidad ahondada en las raíces de lo que somos. Escuchemos el mandato de seguir adelante, de conquistar nuevas cumbres, de redimir al pueblo sumergido, al pueblo que vegeta al margen de la democracia, de la libertad y, sobre todo, de la Educación.

Jorge Enríquez Páez
[email protected]