Crisis de la democracia liberal

La democracia liberal como sistema de gobierno logró subsistir y mantener la legitimidad en el plano global dentro del convulsionado siglo XX.

Los cambios acontecidos en el mundo a finales de la década de los 80 indicaban el triunfo de los ideales de la democracia liberal.

Una vez atenuadas las pugnas ideológicas y políticas, los análisis que se hacían al respecto suponían que el mundo acogería fácilmente los principios democráticos. La sociedad mundial ha sido testigo de una importante oleada democratizadora.

No obstante, en las últimas décadas esta ha tenido que convivir dentro de un mundo que mantiene divergencias ideológicas y que se ha definido por disputas entre culturas políticas antagónicas; en este universo aún se mantiene un porcentaje significativo de países cuya población está sometida a diversas formas de autoritarismo. En la actualidad, los principios de la democracia liberal generan críticas en los países de la OTAN, que se consolidaron como baluarte durante la segunda mitad del siglo XX.

La crisis de legitimidad de los regímenes democráticos ha estado atada a un quiebre de los esquemas de representación política. Esta ruptura no ha encontrado una solución en la variedad de opciones ideológicas elegibles o en la periodicidad de los procesos electorales. A su vez, se advierte una escasa participación en las elecciones, lo que demuestra decepción y apatía de los votantes. Ambos sentimientos se intensifican debido a las crisis económicas que derivan en una profunda indignación social colectiva.

Por otro lado, la globalización genera transformaciones que han llevado a un declive de la democracia liberal, en el sentido que los estados actúan como núcleos de una red internacional en la que se establecen bajo estructuras económicas oligopólicas por sobre la vida de los ciudadanos.

La crisis económica y financiera del 2008 puso en evidencia dichas contradicciones. A ello hay que sumar los sistemas corruptos y el distanciamiento creciente entre las visiones de los grupos de poder y las necesidades primarias de la ciudadanía.

En los estados industrializados se ha generado una alineación de la fuerza laboral. Los miembros de los sectores tradicionales rurales no se conectan con el optimismo de una élite educada que celebra la diversidad, la integración global y la economía del conocimiento. Esto se puede ver en quienes votaron a favor del abandono del proyecto de la unión Europea para beneficiar el Brexit en el Reino Unido, en un segmento que decidió apoyar el populismo de Trump en Estados Unidos y en quienes desertan crecientemente del partido Socialista o Comunista para respaldar al frente Nacional en Francia.

Actualmente los partidos políticos de las democracias de las economía industrializadas confrontan un desprestigio similar al enfrentado por varios de los partidos políticos latinoamericanos de la década del 90: a) políticas de protección social mejor estructuradas; b) una mayor fortaleza institucional; y c) una estructura económica más diversificada. Estos factores reducen la posibilidad de los gobiernos radicales en todo el espectro ideológico. Además la política expuesta al aparato mediático, utilizando con fines antidemocráticos, ha establecido una dinámica que no contribuye en ninguna modo a la legitimación en este sistema. La política del escándalo, en la que predominan los mensajes negativos y las acusaciones de corrupción entre diferentes políticos, perpetúa la desconfianza hacia la clase política, al punto de desacreditar el sistema democrático en conjunto.

En América Latina las experiencias recientes sugieren que este contexto resulta favorable el surgimiento de líderes con discursos radicales, que promueven la contracción del poder en el Ejecutivo y el deterioro de las libertades civiles y políticas. El principal riesgo para la democracia del siglo XXI son los líderes abiertamente autoritarios, que proponen reformas a la democracia liberal a partir de un discurso intolerante.

La capacidad de la democracia para subsistir en el siglo actual dependerá de su poder para dar respuesta a los desafíos sociales. De igual manera, deberá resistirse a la tentación de los liderazgos radicales. Los dilemas políticos de los países desarrollados se acercan hoy a los que pensaba que eran propios de la periferia, algo que no había sucedido en la historia moderna.

Autor: Cristian Bravo Gallardo
Panarama Global Boletín #5, UIDE